El Camino del Inca

Después de estar diez días en Cuzco, de hacer de esta ciudad nuestra segunda casa, de continuar en solitario este viaje tras la marcha de dos amigos que han marcado la parte inicial de nuestra aventura y de los que nos acordamos cada día, llegaba uno de los momentos más esperados por los dos: Machu Picchu, y, quizás aún más, el Camino Inca. No se trataba sólo de visitar la ciudadela, porque ruinas (perdón, complejos arqueológicos) hay muchas, sino de adentrarse un poco en la historia de la civilización Quechua, recorrer los caminos que hace siglos vieron pasar al Inca y todo su ejército, ponernos en la piel de los españoles intentando llegar hasta fortalezas inalcanzables e intentar adivinar qué pasaba por la mente de Hiram Bingham cuando emprendió su viaje hasta descubrir la ciudad perdida de los Incas.
Comenzamos el día 21 de noviembre a las 7 de la mañana, cuando vinieron a buscarnos al hotel. Ya en el autobús se notaba una sensación especial, donde nos mezclábamos turistas emocionados y guías y porteadores que nos observaban con curiosidad, ya que para ellos no deja de ser un trabajo más.
Desde Cuzco fue una hora y media de viaje hasta Ollantaytambo, para abastecernos de hojas de coca, agua y bastones de bambú para el camino. Viendo las ruinas al fondo, nos acordamos de Edu y Bea, ya que fue aquí donde comenzó nuestra visita al Valle Sagrado, y las largas caminatas escalones arriba, escalones abajo.
Después otra hora hasta el kilómetro 82, donde se empieza a caminar. Mal pintaban las cosas, ya que empezó a caer una fuerte lluvia, con un cielo totalmente cubierto por nubes negras. Por suerte íbamos bien preparados, porque a pesar de que en nuestro equipaje inicial cargamos bastantes objetos inútiles (no sólo uno, Juanlu), llevábamos todo tipo de ropa impermeable. Debido al mal tiempo comimos allí mismo, esperando que mejorase algo, y así fue. Es lo que tienen las épocas de lluvia: dos horas sin parar de llover, y luego sol y calor. Así que a medio día iniciamos la caminata. El primer día es más una toma de contacto, con una ruta suave con subidas poco pronunciadas y tiempo para disfrutar de los valles y montañas que nos rodean. Tras unas cuatro horas de camino paramos en el primer campamento. Cuando llegamos, los porteadores ya habían montado todas las tiendas y estaba todo preparado para comer algo.
Y es que los porteadores son una raza aparte. Capaces de recorrer las distancias en la cuarta parte de tiempo que nosotros, con una carga que en ocasiones llega a los 25 kilos, calzando sandalias rústicas hechas de correas y restos de neumáticos y a sus espaldas mochilas improvisadas con cuerdas y telas.
Durante el camino, conocimos un poco a la gente del grupo, entre los que destacaban Matías y Alejandra, dos chilenos que habían venido a Perú exclusivamente a hacer el Camino Inca, Daniel y Elsa, un matrimonio argentino que no sabían muy bien donde se estaban metiendo y que también habían llegado el día anterior a Cuzco, y Alejandra y Sol, otras dos chicas argentinas.
Ese día, como todos los demás, nos acostamos pronto, después de la cena, sobre las 9 de la noche, ya que al día siguiente nos levantaríamos a las 5 de la madrugada.
La segunda jornada fue sin duda la más dura, aunque quizás menos de lo que pensábamos. Y es que estas tres semanas sin parar de caminar, y las dos últimas a más de 3000 metros de altitud, nos han proporcionado un estado físico más que aceptable. Eso sí, comenzamos a caminar a las seis y media de la mañana a 2800 metros sobre el nivel del mar, y a las once estábamos a 4200 metros, en el paso de Warmi Wañusca, o Paso de La Mujer Muerta. En este tramo de subida, vimos una de las imágenes más chocantes del viaje: un porteador con una cuerda atada a la cintura, tirando de un turista obeso que estaba al borde del síncope. Supongo que esto no entra en la definición de “buen trato o trato digno a los porteadores”, y sí más en la de “explotación humana”. La bajada, nos dijeron hora y media, pero emulando nuestras bajadas por pirineos a la carrera, la hicimos en 40 minutos. Ese día tuvimos toda la tarde para relajarnos, leer, y descansar algo. Al anochecer empezó el frío, y ya de noche, la lluvia. Una lluvia acompañada de truenos y relámpagos que parecía que no acabaría nunca y que de un momento a otro las tiendas se vendrían abajo. Aguantaron, pero calaron. Lo que no cedió fue el frío, y es que ni con toda la ropa puesta dentro del saco ni sin nada, conseguíamos entrar en calor. La noche fue larga, ya que al día siguiente no madrugamos.
El tercer día fue sin duda el más disfrutamos con los increíbles paisajes del Camino Inca. Nos levantamos tarde, a las 7, y comenzamos lo que se suponía un recorrido llano. Pero nada más lejos de la realidad. Para nuestro guía, plano significa que empieza a una altitud y termina a otra similar. Lo que no especificó es que entre medias no había más que subidas y bajadas por escalones interminables, incluido un túnel inca. Llegamos al segundo gran paso, a 3950 metros, y continuamos durante 4 horas hasta que llegó la hora de comer. Después, bordeando la montaña, desde la altura, la imagen de la cordillera no se puede comparar a nada visto anteriormente. Silencio, tranquilidad, montañas y más montañas, y al fondo, el Salkantay, nevado, dominando todo. Una vez en el campamento, el segundo monte más alto de Cuzco, el Apu Salkantay, se veía más imponente todavía, y por un momento todos nos alegramos de acampar en esa zona, Phuyupatamarka, lejos de Wiñay Wayna, el campamento más cercano a nuestro destino final, pero en un entorno mucho más espectacular. Según caía la noche ya no nos alegramos tanto, ya que estábamos a 3700 metros de altitud, y el frío se empezaba a notar. Además, para llegar pronto a Machu Picchu, nos teníamos que levantar a las tres de la mañana...
El cuarto y último día comenzó pronto. Muy pronto. Cuando algunos ni siquiera habían conciliado un sueño profundo. La tremenda bajada hasta el campamento de Wiñay Wayna la tuvimos que hacer de noche, con los frontales y mucha precaución, porque un resbalón supone perderse de vista en una pendiente de cientos de escalones. Poco a poco amanecía, y la impresión no era buena. Demasiadas nubes muy muy bajas. Llegamos a la última parada a las seis de la mañana, y aún quedaba más de una hora. Algunos estábamos ansiosos, presionando a los guías para hacer un grupo pequeño y salir cuanto antes, pero debíamos pasar todos juntos el último control. Cuando lo pasamos, un brasileño y nosotros dos con un guía nos adelantamos, recorriendo los últimos seis kilómetros de subidas y bajadas a ritmo de porteador, es decir, a la carrera. Y así llegamos al Inti Punku, o Puerta del Sol, jadeando, con la esperanza de una recompensa bien merecida, y lo que nos encontramos fue simplemente un mar de nubes, que no dejaban ver absolutamente nada. Todo se resume en una palabra: decepción. ¿Después de cuatro días de esfuerzo para esto? No nos lo creíamos. Poco a poco fue llegando el resto del grupo, y a todos les cambiaba la cara cuando se asomaban al filo de la montaña para intentar atisbar lo que se suponía que era la cuidad inca. A los pocos minutos, los guías apremiaron para ir bajando, pero todos nos resistíamos, no nos movíamos de allí, con la esperanza de que viniese un fuerte viento desde abajo y se llevase todas las nubes. Pero nada pasaba.
Fuimos bajando muy despacio, ya no había prisa, ahora era todo lo contrario, cuanto más tardásemos en bajar, más posibilidades de que se despejara. Y al poco de iniciar la bajada ocurrió el milagro. Como si las nubes nos hubiesen estado esperando toda la mañana, se fueron dispersando para dejar entrever algo, no sabíamos muy bien que era. Ahora una explanada, ahora un pico...


Y allí apareció, primero el impresionante pico del Wayna Picchu, y después poco a poco fuimos distinguiendo partes de la cuidad, y bajando un poco más tuvimos por fin la visión completa de Machu Picchu, colgando de la montaña, protegida por las paredes totalmente verticales del Pico Joven o Wayna Picchu. Sin duda una de las imágenes más impresionantes que hemos podido ver nunca. Ya no había nubes, comenzó a salir tímidamente el sol, y todos nos mirábamos sonriendo y con un gesto en la cara de haber realizado un sueño. Todo el esfuerzo realizado tenía su recompensa, y con creces. La bajada hasta entrar en la ciudadela nos dejaba imágenes cada vez más bonitas, apreciando poco a poco todos los detalles, terrazas, casas, calles, templos, piedras encajadas de formas imposibles...


El grupo se disolvió, y nos quedamos los dos sentados en una de las terrazas de la parte alta de la ciudad, contemplando el atardecer, viendo como poco a poco se vaciaba de turistas y quedaba en una tranquilidad absoluta, desde donde nos imaginábamos la vida hace 600 años, cuando los quechuas dominaban toda la cordillera, y Machu Picchu era el centro religioso y espiritual de la civilización inca.

















Comentarios

Isma ha dicho que…
Sara espero el mismo entusiasmo en tus descripciones cuando tengas que contarnos que tal con tu familia politica...
Eli ha dicho que…
Me habéis dejado sin palabras..... (Y ya es difícil...).
Sólo puedo decir que se me han puesto los pelos de punta.
Mil besitos!
Anónimo ha dicho que…
Mi querido Isma, esta vez el entusiasta ha sido your friend.
Besitos.
SARA
Isma ha dicho que…
Le estamos perdiendo!!!
pepe ha dicho que…
ya le hemos perdido, creo, y eso q solo lleva fuera una decima parte del viaje.

el camino del inca...que recuerdos

besitos a los dos
Anónimo ha dicho que…
Soy Mª Luisa, no anonimo, pero es la unica forma que tengo de escribiros...si es que me deja...¡claro!

Acabo de apuntar el camino del Inca como una de mis "cosas pendientes"...cuando se han ido las nubes casi lloro!!
y el duende!!! como mola!!

Muchos besos y seguid cuidandoos!!!