Huaraz, la Cordillera Blanca y los agujeros negros...

Huaraz, ciudad de la Cordillera Blanca, enclavada en el callejón de Huaylas, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. Pocas ciudades hemos conocido con tan poco encanto, y es que quedó completamente destruída en el terremoto de 1970, que además desprendió parte de la montaña más alta de Perú, el Huascarán, y enterró el pueblo de Yungay, con sus más de 15000 habitantes, y del que sólo queda la punta de la torre de la catedral y alguna palmera.
Aún así, pocos paisajes hemos visto tan increíbles, que perfectamente puedes pasar semanas disfrutando de los picos nevados de más de 6000 metros de altura, haciendo salidas diarias para visitar lagunas color esmeralda o embarcarte en algún trekking (sí, Manolo, pasear por el monte) de hasta dos semanas en la remota zona sur de la cordillera Huayhuash.
Por nuestra parte, tuvimos la suerte de dar con un hostal donde hemos estado tan a gusto como en casa (una vez más), donde el dueño, Teo, un peruano bajito de ojos claros y con la voz como la de Coco de Barrio Sésamo, nos trató de maravilla desde el primer día, cuando llegamos desde Trujillo a las ocho de la mañana después de once horas de viaje en autobús por una carretera infernal y nos preparó un desayuno que nos comimos como si lleváramos una semana en ayunas, con unas vistas de la cordillera y el Huascarán desde la terraza que te animaban nada más levantarte.

Tras un día de adaptación a una nueva ciudad, ojear restaurantes, casas de cambio, mercados y puestos de helados, nos lanzamos a la montaña, primero sólo un día a la Laguna Churup, con un sol veraniego montañés y, después de unas horas de pateada y alguna subida a cuatro patas de las que me gustan, disfrutar con el espectáculo de la laguna al pie de enormes nevados, para días después comenzar el trek de Santa Cruz, según dicen el segundo más famoso de Perú después del Camino Inca.
Poco se parece al Camino Inca, la verdad. Por todo: las montañas son más escarpadas, áridas, nevadas, más impresionante en altura, enormes valles con lagunas y ríos y cascadas, donde campan libremente caballos, toros y alguna vaca. Impresionantes paredes verticales que se levantan cientos de metros, recordándonos al Cañón del Colca (pero sin amigos).
Tampoco se pareció mucho la climatología. Esta vez no disfrutamos del sol continuo y cielos despejados. Pasamos por casi todas las estaciones en cuatro días, desde el más agradable para caminar, es decir, nublado y ligero fresco; frío intenso con niebla, viento, lluvia continua el segundo día, que además es el más duro, en el que se llega al paso de Punta Unión, a 4750 metros de altitud (madre mía, nunca habíamos estado tan altos!!), y justo cuando estamos en el paso, granizo!, hasta un calor insoportable el último día, que por suerte es el más corto y cuesta abajo.
Pero lo que no cambiaba durante todo el camino era la sensación de tranquilidad, paz, caminando por los valles y sin parar de mirar las montañas que nos rodeaban, para después terminar en el campamento, con un mate de coca, al calor del fuego que con mucho esfuerzo preparaban Eduardo y Jens, dos compañeros de viaje, uno peruano y el otro alemán, que hicieron maravillas con toda la madera mojada y pocos recursos.
Menos se parecía la organización y las instalaciones al Camino Inca. Y es que íbamos con cuatro mulas, un arriero-cocinero-montador de tiendas, su hijo de unos diez años y dos guías que nos les veíamos más que al principio y al final del día. Durante los cuatro días, sólo nos encontramos con algunos montañeros y otros arrieros. Nada de casas, nada de gente vendiendo agua, nada de campamentos perfectamente numerados, nada de servicios higiénicos decentes. Los únicos que había eran de aquellos que ponen a prueba tus cuádriceps y tu punteria y, ni que decir tiene, que eso es difícil cuando es de noche y sólo llevas un frontal en tu cabeza...
A pesar de todo eso, o quizás por todo eso, ha sido una experiencia que sin duda recomendaría. Claro, que del último mes y medio recomendaría todos y cada uno de los días que hemos pasado en este viaje...
Una vez de vuelta a Huaraz, a nuestra misma habitación en el hostal de Coco, pasamos un par de días de descanso, viendo cómo al atardecer los últimos rayos del sol teñían de naranja la nieve de la cordillera, y ya de noche la luna llena hacía brillar los picos nevados, y preparando la siguiente etapa: nuevo autobús nocturno, esta vez para Lima. Por fin, después de un mes y medio y dos intentos previos, esta vez sí que vamos a conocer la capital del Perú glorioso...espero...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Sarita, veo que el palito ese forma ya parte de tí...
Ains, que bonito tó!!!!!!!
Seguid disfrutando mucho, chicos!
Eli ha dicho que…
Chicos!!!! Disfrutad en Lima. Gracias por dejarnos compartir con vosotros todo lo que estáis viviendo.
Ah! Y Feliz Navidad! Será sin familia, pero seguro que será inolvidable, eh?
Mil besitos.