La sal de Uyuni

Continuábamos nuestro camino descendiendo por Bolivia a la vez que mejoraba el tiempo y la salud.
El siguiente destino sería Uyuni, para ver una maravilla de la naturaleza y un punto importante en nuestro viaje: el salar de Uyuni.
Desde Potosí a Uyuni hay unas seis horas de viaje en autobús por un paisaje increíble, repleto de quebradas, montañas rojizas, llanuras verdes donde centenares de llamas pastan libremente, pampas por las que corren las vicuñas, y todo con la agradable compañía de decenas de bolivianos que saturaban el pequeño e incómodo bus, duplicando su capacidad máxima permitida, que se sentaban en el suelo, cargando con enormes bolsas, tan pronto se ponían a comer chicharrones como amamantaban a sus pequeños, amenizado por los grandes éxitos de la música boliviana sonando durante las seis horas de viaje, intercaladas con Luis Miguel o Enrique Iglesias... Sin duda un viaje que merece mucho la pena, pero de día, eso sí.
La cuidad de Uyuni en sí tiene poco interés, todo orientado al turismo, donde algún desalmado trata de sacar tajada de la gente que viene de Chile para cobrarles a precio chileno lo que en Bolivia cuesta cuatro o cinco veces menos. Comenzaba una dura tarea: encontrar con quién hacer el tour al salar. Y es que, según nos dijeron, hay más de setenta agencias en una ciudad que no tiene más de cinco calles. Tuvimos suerte de encontrarnos en una de ellas con tres brasileños y rápidamente entre los cinco teníamos todo arreglado para salir al día siguiente, que era 31 de diciembre.
Esa mañana nos montamos en el jeep que nos llevaría durante los tres días siguientes a recorrer el camino entre Uyuni y San Pedro de Atacama en Chile. También se sumaron dos francesas que hablaban bastante bien español, y como los brasileños hablaban bastante bien portuñol, por fin podíamos dejar aparcado el inglés por un tiempo.
Teníamos nuestras dudas de cómo estaría el camino y si podríamos hacer todo el recorrido, porque había estado lloviendo los dos días anteriores y alguna agencia nos dijo que si la cosa estaba un poco mal se daban la vuelta. Por suerte ese día despejó, y se veía un cielo azul intenso con algunas nubes algodonosas blancas. Precioso.
Primero hicimos una parada para ver un cementerio de trenes, que a parte de hierros oxidados y locomotoras ruinosas, poco interés tiene, sobre todo cuando en nuestra cabeza sólo hay una pregunta: ¿cuándo llegamos al salar? Eso pasaría casi una hora después, cuando, de repente, la tierra tostada se transforma en blanca, y las montañas cercanas desaparecen, encontrándonos en medio de una gigantesca explanada de sal, intuyendo en el horizonte algún monte.
Estábamos en el Salar de Uyuni, formado al secarse un antiguo lago salado y convirtiéndose en el salar maś grande del mundo, a más de 3500 metros de altitud. La sensación es indescriptible, el blanco de la sal se funde en el horizonte con el blanco de las nubes y el azul del cielo, donde no hay nada más que eso, y sólo se oyen las voces de asombro de la gente.
Después de una primera parada, continuamos hacia la zona que se suponía podía estar peor por la lluvia, y el espectáculo fue todavía más increíble: la lluvia de los días previos había formado una fina capa de agua a lo largo de gran parte del salar, creando la ilusión de estar yendo sobre un espejo donde todo se reflejaba, y pareciendo que íbamos literalmente flotando por el cielo. De vez en cuando veíamos otros jeeps a lo lejos, y teníamos la sensación de que iban volando, ya que las nubes del cielo se continuaban con sus reflejos en el agua.
Antes de visitar el salar tenía una duda: ¿mejor con agua o sin agua?. La gente que ya ha estado aquí puede dar su opinión sobre su experiencia. Yo lo tengo claro: mejor con agua!
Tras varias horas en el salar, llegamos a un pueblecito para pasar la noche, que era Nochevieja, y con la sidra y las cervezas que habíamos comprado en Uyuni, improvisamos una celebración a las doce de la noche, lo justo para aguantar despiertos, brindar, hacernos fotos e irnos a dormir totalmente rendidos. Una celebración diferente, sin reloj de la Puerta del Sol, sin Ramón García y su levita y sin cientos de llamadas y mensajes al móvil (qué era eso?), pero con la misma ilusión que si estuviésemos rodeados de la familia y amigos (gracias a Maca, Frede, Didi, Pauline y Diane).
Pero no todos pensábamos igual, a juzgar por el estado en el que llegó nuestro conductor a la mañana siguiente. Emulando nuestras épocas de macrofiestas con barra libre y borrachera precoz, se fue al bar del pueblo donde algún tipo de fiesta habría, apareciendo a las ocho de la mañana con los ojos rojos, la sonrisilla puesta, el paso inestable y una locuacidad que no habíamos visto en todo el viaje. Para los compañeros del Clínico, era el prototipo de candidato a pasar la noche en el box 5.
El mejor momento fue cuando se subió en lo alto del jeep para colocar las mochilas, y abajo todos parecíamos como los bomberos con la lona de un lado a otro para recogerle en caso de dar un mal paso. Así contado parece gracioso (y lo es...), pero en ese momento estuvimos a punto de no montar en el coche, porque era a nosotros a los que ponía en riesgo.
Sin duda le infravaloramos. Su manera de conducir y su estado de alerta nos confirmaron que por desgracia está más que acostumbrado a grandes cantidades de alcohol con cierta frecuencia, así que el camino no fue tan malo después de todo, y además se soltó y hasta resultaba graciosillo.
A parte del canalla del conductor borracho, el entorno cambió radicalmente. El salar dio paso a un paisaje desértico con montañas rojizas de mil tonalidades y pampas amarillas, en las que había varias lagunas donde descansaban cientos de flamencos. Ese día fue largo, hasta que al final de la tarde llegamos a la Laguna Colorada que, como su nombre indica, tiene una tonalidad roja gracias a un tipo de algas, con sus flamencos y multitud de aves por todos lados. Una visión increíble, una vez más.
A nuestro conductor ya se le había pasado la borrachera, supongo que gracias a las cuatro cervezas que misteriosamente nos faltaban, y nos fuimos pronto a dormir para levantarnos a las cinco de la mañana.
Muy temprano, con mucho frío, y después de casi dos horas, llegamos a un valle donde había una laguna pequeña con aguas calientes naturales, y aprovechamos para darnos un baño después de dos días tragando polvo y sin duchas por el camino. Tras el desayuno continuamos la marcha para llegar al punto más alto en el que hemos estado hasta ahora, a 4900 metros de altitud, para ver algunos geisers y fumarolas, y la Laguna Verde, con el volcán Licancabur de fondo. De ahí, ya todo era bajada hasta llegar al punto fronterizo con Chile donde, después de los trámites de aduana, nos montamos en un autobús para coger la carretera hasta San Pedro de Atacama.
En ese momento todo cambió: en el autobús íbamos todos sentados, tenía aire acondicionado, no se oían canciones andinas, sino Police y los Rollings, la carretera no era pura tierra, sino que estaba asfaltada y el conductor parecía sobrio.
Por una parte nos alegramos, todo parecía más “occidental”, pero tuvimos la sensación de estar dejando atrás algo muy importante, una cultura y unas costumbres muy diferentes a lo que a partir de ahora encontraríamos, una forma de vida donde se conservan con orgullo raíces indígenas y donde las civilizaciones precolombinas todavía tienen presencia en el día a día, tanto en el idioma, la vestimenta, la comida, y el respeto y el culto a la Tierra o, como ellos la llaman, la Pacha Mama.

Comentarios

Isma ha dicho que…
Absolutamente espectacular con agua...
Anónimo ha dicho que…
Hola perrillos!!
Hacia dias que no os leia...pero hoy me ha dado por preparar tortilla de patatas y acordarme de Sara...
Me ha encantado, uyuni y todo lo demás y la forma que teneis de contarlo...muchisimos besos y cuidaos
Eli ha dicho que…
Qué impresionantes las fotos del salar! Es verdad lo que decís (no es sólo para que quede bonita la historia!)y el cielo y el suelo parecen uno, qué pasada!!!!!!!
Mil besitos
pepe ha dicho que…
pues habrá q volver...porque yo lo vi sin agua