En un país multicolor

Ya estamos en Argentina. Entramos por el norte, por el paso Jama, a 4200 metros, y durante siete horas de viaje parecía que no habíamos dejado el sur de Bolivia. Salares, flamencos, vicuñas... bueno, ya sabéis.
Según avanzamos, la aridez del desierto de Atacama y del sur de Bolivia se transforma poco a poco en campos verdes donde vemos los primeros cultivos en mucho tiempo.
Nuestra primera parada sería Purmamarca, puerta de entrada a la Quebrada de Humahuaca, construido al pie del Cerro de los Siete Colores, que define perfectamente lo que es la Quebrada, montañas de mil colores y tonalidades, dentro de una misma se pueden ver verdes, amarillos, grises, naranjas, rojos,... Hombre, dicho así puede parecer un poco hortera, pero la verdad que el paisaje es increíble (una vez más), muy diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora (una vez más). Ya desde varios kilómetros antes de llegar, aparecen las primeras montañas verdes y grises, luego un gran cañón rojo tierra que corre paralelo a la carretera, después vienen los amarillos y naranjas, y así sucesivamente hasta llegar al Cerro, donde se juntan todos para formar una montaña imposible, símbolo de la Quebrada, Patrimonio Natural de la Humanidad.
Purmamarca es un pueblo muy pequeño y poco hay a parte de las montañas, así que pronto nos fuimos un poco más al norte, a Tilcara, otro pueblecito algo más grande, que a parte de la quebrada que lo rodea, tampoco tiene mayor interés. Aquí sufrimos un ataque agudo de altitud, a la que ya no estábamos acostumbrados, nos pilló por sorpresa... Desde Puno no teníamos esa sensación de impotencia, de querer dar dos pasos y notar que el cuerpo te pesa el doble de lo normal, hasta el más mínimo esfuerzo como ir a la compra suponía un suplicio, de querer estar todo el día tirado en la cama, de morirte al pensar en hacer una caminata de seis horas... Todo ayudado por un calor insoportable bajo el que no se podía estar más de cinco minutos.
Eso precipitó nuestra salida por la puerta falsa de la Quebrada de Humahuaca hacia entornos menos hostiles y, sobre todo, más bajos.

De camino a Salta paramos en Jujuy para comer algo, viendo pobreza similar a la de Bolivia, no lo esperábamos, se supone que Argentina es un país del primer mundo... Niños en harapos, llenos de mugre y descalzos correteando por la estación de autobuses...
En Salta, ya recuperados y con un diluvio torrencial de bienvenida, que dio paso a unos días típicos veraniegos, nos dedicamos a relajarnos (más?), a dormir y a comer facturas, a algún cambio de look y a seguir recuperando peso (ya sabes Manolo, yo de mayor quiero ser como tú).
Salta es la primera “ciudad de verdad” que nos encontramos en el viaje. No quiero decir que sea mejor o peor que las demás, pero sí más parecida a las ciudades occidentales. No por las casas o la gente, sino por la estructura y los servicios. Nada más entrar en la ciudad ya se nota la diferencia: la periferia no es una sucesión de chabolas y pobreza en un inframundo, es el sitio donde se ubican todos los chalets y las zonas residenciales de gente con dinero, los coches no dejan una estela de humo negro a su paso ni van pitando a todo lo que se mueve. La gente respeta los semáforos, e incluso una vez nos dejaron pasar en un paso de peatones...
Se respira tranquilidad y calidad de vida, es de esos sitios en los que no te importaría quedarte a vivir una temporada. Pero el viaje continúa, esta vez a tierras pasadas por agua...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Esa frase del cambio de look, medio oculta en medio del resto...QUIÉN DE LOS 2 SE HA CORTADO EL PELO????Queremos una foto de ambos YA!!!!!!!!!
Besitos,
Beatriz
Anónimo ha dicho que…
Estoy con _Bea!!!
Se nos debe una foto del cambio...sea de quien sea...Marilui