De torres y cuernos...

Dejamos atrás Usuhaia, y nos dirigimos hacia Puerto Natales, uno de nuestros múltiples cruces de frontera chileno-argentina. Puerto Natales es una ciudad fronteriza, dedicada al turismo claramente mochilero, como se puede observar en sus calles plagadas de tiendas de montaña, alquiler de material de camping y hasta de comestibles dedicados al montañero. Descubrimos una curiosa tienda que vendía todo tipo de alimentos disecados. Sobre todo tenía frutas y frutos secos, desde las típicas uvas pasas, que aquí son de las verdes y llevan miel, hasta mango, papaya, plátano, coco, incluso carne de caballo!

Nos alojamos en un hostal ya mítico para algunos. Isma y Fer ya lo conocían de su anterior visita seis años atrás, y está claro que los dejó marcados. No sé si fueron las piezas de animales disecadas a lo largo de toda la escalera que ahora faltaban (aquí lo de disecar cosas debe ser el top ten), o por la extravagancia de la familia que apodamos “familia Adams”, con la abuela al borde del Alzheimer riéndose de nada, el tío sordomudo diciendo que sí a todo y, a todo ésto Fer, que, en un intento desesperado de hacerles entender si tenían WI-FI, casi se queda sin paciencia...

El Parque Nacional Torres del Paine, fue para mi una sorpresa y, sin duda, una maravilla natural impresionante, de lo mejorcito que he visto en mi vida. Ya se agotan los adjetivos, las descripciones, incluso a veces tengo la sensación, de que las cosas van a dejar de impresionarme, sobre todo después de haber vivido Torres del Paine...

Las formas de recorrer el parque son varias, pero lo más famoso es el circuito en forma de W, que suele requerir 5 días. En el extremo oeste de la W se encuentra el Glaciar Grey, en el este las famosas Torres del Paine, y entre medias un sin fin de paisajes a descubrir, entre ellos, el que enmarcan los cuernos, dos picos tricolores inmensos, con forma de frigodedo. Decidimos empezar por el extremo izquierdo de la W, el menos común y elegido por la gente, pero muy recomendado por muchos lugareños. Además Fer ya lo había hecho en la otra dirección y fue una forma de verlo desde otro punto de vista.

Al día siguiente, y después de alquilar tienda, cocinilla y gas, y abastecernos de todo tipo de galletas, pasta, sopas de sobre y otros típicos kits de supervivencia (gracias nutella y dulce de leche!) un autobús dejó a la mayoría de los pasajeros en el extremo este del parque. Fue bastante arriesgado empezar por el sitio poco habitual, porque al llegar aquí nos encontramos con un cielo despejadísimo que prometía una vista nítida de las Torres, cosa muy inusual, y que podíamos perdernos si el tiempo cambiaba en los siguientes 5 días (cosa bastante usual..). Pero al final, la decisión sería acertada...

El bus nos dejó en un muelle y de ahí un barco nos condujo a través del lago Pheoé, de aguas azul turquesa, con un primer avistamiento de los cuernos, magníficos y resplandecientes a nuestro paso por el lago. Serían compañeros de viaje durante buena parte del camino.

El objetivo del primer día: llegar al Glaciar Grey, nuestro primer glaciar del viaje. Sol radiante y mochila al hombro, caminamos 3 horas de subidas y bajadas continuas hasta avistarlo al fondo, desparramándose por la montaña hasta llegar a otro lago al que alimentaba de pequeños icebergs de un blanco azulado. Dos horas después y con una subida infernal al final, llegaríamos al campamento de los Guardas. Montamos la tienda y descansamos un poco, lo suficiente para bajar al glaciar que ya estaba muy cerca y poder contemplarlo frente a frente. Ahí es donde nos dimos cuenta, que la decisión de empezar por la izquierda, ya había sido acertada, pasase lo que pasase después... La sensación de estar allí solos frente a este fenómeno natural, es casi indescriptible. Yo nunca he visto nada igual, y en lo que llevamos de viaje creo que es lo que más me ha impresionado, por difícil que parezca ya. Todo a nuestro alrededor acompañaba, el sol que lo hacía relucir aún más frente a un magnífico cielo azul, el anochecer tardío que alargaba el momento y la esperanza de ver un trozo de glaciar caer al lago, hacía que fuera aún más emocionante. Es uno de ésos momentos que te gustaría compartir con la gente que quieres, tus amigos, tu familia “ojalá estuvieran aquí y pudieran ver ésto...”.

El día siguiente fue de vuelta, desandar lo andado y continuar avanzando por la W hacia la siguiente parada, el campamento “Italiano”, con el objetivo de ver de cerca los Cuernos. Este campamento, está situado en su base y muy cerca del Valle del Francés, que ofrece una vista espectacular de los cuernos, otro glaciar en lo alto, y si te apuras, una avanzadilla de las Torres vistas desde atrás. Así que el plan era levantarse al día siguiente al amanecer, dejar la tienda montada y subir al valle. Creo que fuimos casi los primeros, y eso es bueno y malo a la vez . Bueno porque disfrutas más las vistas en soledad, malo porque puedes pasarte de largo el mirador, como no hay nadie mirando... Así que nos pasamos el primer mirador, el segundo y llegamos allí (arribita...uf) donde se pueden ver las torres por detrás. Bueno, yo las vi desde un “pelín” más atrás que Fer (me las imaginé....) y es que cuando pone el turbo... Cualquiera de los miradores era extasiante. Impresionante el glaciar desprendiendo ruidos como truenos que anunciaban microaludes a lo lejos. Impresionante la inmensidad de los cuernos erigiéndose a tus pies. Era una vista panorámica con sus 360º sin desperdicio. En fin, sin palabras...

Luego vuelta al campamento a desmontar la tienda, comer algo y seguir hasta el siguiente camping “Los cuernos”, 2 horas más, en total unas 8 horas. Lo mejor, llegar al campamento al final del día y disfrutar de duchas de agua caliente por primera vez y de una puesta de sol histórica, de ésas de cielos rosas y anaranjados.

La siguiente etapa nos conduciría al campamento base de las Torres. Si teníamos suerte y estaba despejado, como lo había estado hasta ahora, podríamos subir nada más llegar. Si no, esperaríamos al día siguiente para verlas amaneciendo. Nos levantamos más pronto todavía y fuimos solos casi todo el trayecto. Normalmente te vas cruzando continuamente con gente que viene en el otro sentido. Llegamos después de 7 horas con ilusión y sin fuerzas, así que aunque parecían despejadas, plantamos la tienda primero y el culo después, y allí nos anclamos un buen rato.
Por el camino al camping, nos encontramos unas vascas, madre admirable de unos 80 años e hija, que nos recomendaron visitar el Valle del Silencio, así que intentamos llegar a él sin éxito, porque estaba a más de 2 horas y se hacía tarde.

Esa noche fue bastante dura y no por dormir en el suelo, sino por el granaíno fiestero que nos amargó la noche con su falta de respeto. Aún así, nos levantamos a las 5 para ver amanecer en las Torres, cruzando los dedos por el privilegio de verlas despejadas. Casi una hora después de una empinadísima subida, conseguimos verlas, anaranjadas por la luz del sol, en su forma más perfecta, y con la laguna verde a sus pies. Dicen que es difícil verlas despejadas, pero verlas sin nubes y con el amanecer sobre ellas, es un verdadero lujo. Así que definitivamente la suerte y el buen tiempo nos acompañaron durante todo el viaje, y pudimos apreciarlo todo de una manera casi única. Es verdad que todo lo vivido no hubiera sido lo mismo con el tiempo en contra, así que si alguna vez tenéis la suerte de venir aquí, que sea con buen tiempo!!

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