De atolón en atolón...

Después de nuestra semana en el paraíso en Fakarava tocaba cambio de isla o, mejor dicho, de atolón. Rangiroa es el segundo más grande del mundo (aunque todavía no nos queda claro cuál es el primero) y más famosa que Fakarava por el buceo. Unos cardan la lana... Rangiroa es más grande, más ruidosa y no tan idílica. Sus 3000 habitantes se condensan en una tira de tierra de 10 kilómetros de largo, dejando el resto del atolón desierto. Tampoco acompañó mucho el tiempo, ya que la estación de lluvias todavía estaba dando sus últimos coletazos.
Gracias al roto en el bolsillo que nos dejó nuestro maravilloso bungalow a orillas del mar de Fakarava, no nos quedó más remedio que ir al sitio más barato que encontramos, pensando que sería algo parecido a la pensión Valencia de Chaouen. Ni mucho menos! No era un lujo, pero teníamos nuestra habitación mirando al mar, sobre una playa de coral desmenuzado y con un porchecito para tomar cervecitas y relajarnos. Compartíamos baño y cocina, pero al ser temporada baja la mayoría de los días no había prácticamente nadie.
Allí conocimos a Sheila, una americana bióloga marina (como la Obregón!!!, y se daba un aire...) que vivía en Bermudas, había vivido en Nueva Caledonia y se conocía casi todas las islas del pacífico. Y además bastante graciosa. Con ella compartimos las inmersiones en esta isla, que al principio sólo iban a ser un par, pero te lías te lías... Tuvimos la oportunidad de hacer “shark feeding” que, como diría Manolo, eso es dar de comer a los tiburones!. Pues sí, es eso. Se coloca cebo de pescado entre el coral y se espera a que vengan a comérselo. Lo particular es que los tiburones que se acercan son de aleta plateada, que tienen un tamaño considerablemente más grande que todos lo que habíamos visto hasta ahora, y la boca más llena de dientes que el resto... Se acercan, y cuanto!, a veces puedes notar la corriente de agua que dejan al pasar por tu lado, por encima, por detrás... Si tienes suerte aparece uno, si tienes mucha suerte dos o tres, y si tienes mala suerte cuatro o más, porque por lo visto cuanto más son, más agresivos y más peligrosos se vuelven.

También hicimos varias inmersiones en los dos pasos del atolón: Avatoru y Tiputa (no hagáis comentarios graciosos), con muchísima corriente, así que otra vez tocaba volar, vigilando mucho el coral, por eso de los golpes en brazos y piernas, que nos han dejado unas bonitas cicatrices por todo el cuerpo...



Del resto del tiempo... lo típico: paseos por la playa, atardeceres, despertarte con el sonido del mar, de los gallos, de los perros, levantarte con cincuenta picaduras de mosquito..., desayunar en nuestro porche mirando las olas y pensando ¿cómo será la inmersión de hoy?. Todo impregnado por el ambiente relajado de los polinesios que, gracias a su amabilidad, hacen que te sientas bien recibido, a gusto en las islas, saludándote todo el rato por la calle con una sonrisa, sobre todo si eres capaz de chapurrear un par de palabras en su idioma.
Por desgracia, no conseguimos ver uno de nuestros principales objetivos: la Manta Ray, una raya enorme con aletas laterales que parecen alas y que se mueve como si bailase bajo el agua. Tendremos que cruzar los dedos para Malasia, Tailandia o quizás... Maldivas?? Quién sabe...

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Esta última aventura me ha dejado con la boca abierta. ¡¡¡Qué pasada!!!

La Jose
Nanou ha dicho que…
e a hora que se cocina ????
todas las personas en chili me burlan and me han dicho que no se dice como asi aqui pero . que se teke ?
have fun !!! i m freewzing in PAtagonia !
Anne