Por la costa oeste rumbo al sur

Abandonamos Christchurch una mañana pronto, para ir al super y hacer una buena compra. Ya allí te empiezas a dar cuenta de uno de los tópicos de Nueva Zelanda: la gente es extremadamente amable. Los saludos no son un escueto “hola que tal”, si no que te preguntan cómo va el día y entablas una mini-conversación hasta con la cajera.
Desde allí pusimos rumbo a la costa oeste, atravesando el que dicen es uno de los trayectos de montaña más bonitos de la isla: el Arthur Pass.
Tendremos que volver a comprobarlo, porque nos pilló uno de esos días donde las nubes bajas y el viento sólo dejan ver la trompa de agua que te está cayendo encima. Una vez en la costa, hicimos una parada en las Pancake Rocks, unas formaciones rocosas originadas por la erosión del agua y el viento sobre la roca, que deja una imagen parecida a un montón de crepes o, en términos más médicos, como pila de monedas. De ahí, más al sur, nuestra primera parada nocturna.

Nueva Zelanda es un país preparadísimo para el turismo, todo está indicado, desde los puntos de interés turístico hasta los alojamientos, y a lo largo de las carreteras, hay cientos de moteles, campings, y otros tipos de sitios para dormir. Nuestro primer “hogar” lo encontramos casi de casualidad, ya de noche, en una carretera secundaria, y resultó ser uno de los mejores. Una especie de habitación de motel cerca de Hokitika, muy nueva y super barata. Y claro, pensamos que todo el monte era orégano...
Durante los siguientes días el camino hacia el sur nos llevó hasta lugares increíbles, bosques densos que acaban directamente en el mar, acantilados de centenares de metros, lagos y ríos donde poner a prueba nuestra habilidad con la caña (sin éxito) y todo tipo de lugares recónditos que sólo descubres si te dejas perder. De entre ellos, Okarito fue uno de nuestros preferidos, un pequeño pueblo de apenas 100 habitantes, al lado del mar, donde pasar el día pescando y relajándonos.

Más al sur todavía se encuentran unos de las principales atractivos turísticos de la Isla Sur: los glaciares Franz Josef y Fox. Los dos son glaciares alpinos, es decir, que nacen de la montaña y allí mismo terminan, nada que ver con los de Patagonia, que desembocan en el agua después de recorrer decenas de kilómetros. A pesar de ser bastante más pequeños, y menos bonitos, tienen su interés, sobre todo si los ves como nosotros lo hicimos: desde el aire y encima de ellos. Como nos quedamos con las ganas de hacer un treking sobre los glaciares de El Chaltén en Argentina, decidimos que este era buen momento, así que primero nos montamos en un helicóptero que nos hizo un sobrevuelo espectacular sobre el glaciar, para después aterrizar sobre el hielo y hacer una caminata con crampones durante un par de horas. Como podéis imaginar, algo irrepetible!!
Aquí descubrimos una de las mayores aficiones de los Neozelandeses: sobrevolar lo que sea. Glaciares, lagos, fiordos, montañas... Una forma de hacer turismo que abre muchas puertas a aquellos que no pueden patear durante horas para llegar a ese sitio especial.
Cerca de allí, reflejados en las aguas del Lago Matheson, el Monte Cook y el Monte Tasman componen una de las imágenes más famosas de Nueva Zelanda.
Y de lagos seguimos hablando, de los miles que hay por todo el país, de los pueblecitos que hay a sus orillas, de las montañas verdes que los rodean, de las ovejas que pastan en los campos cercanos y de las decenas de intentos de pescar algo, todavía sin éxito! Los mejores de la zona, sin duda, el Lago Hawea y el Lago Wanaka, maravillas de aguas azul-turquesa donde se respira un aire de tranquilidad y paz como en pocos sitios que hayamos visto.

Después de tanta calma llegamos a Queenstown, centro turístico por excelencia donde puedes hacer todo tipo de deportes de aventura que se te pase por la cabeza: paragliding, skydiving, bungy jumping, jetboating, kayaking y todo lo que suene parecido. Y eso suena a mucho jaleo, y a mucha gente. Nos espantó un poco, así que con las mismas, y prácticamente sin parar, nos fuimos en busca de algo menos estridente. Y así encontramos Glenorchy, a escasos 40 km de Queenstown, un oasis de montañas nevadas inmensas, llanuras amarillas y verdes y lagos, como no. En los últimos años, Glenorchy se ha hecho famoso por haber sido elegido por Peter Jackson para rodar bastantes exteriores de El Señor de los Anillos. Con eso ya está todo dicho... Allí encontramos otro de nuestros sitios favoritos, un pequeño lago desierto, donde podíamos pasar la tarde sin ver a nadie, y probar suerte (sí, otra vez sin éxito!!)
Pero la visita a Queenstown es inevitable. Y es que, a pesar de la multitud, tiene una localización envidialble. Y ya que estábamos allí nos lanzamos.... literalmente. Esta vez no fue un helicóptero, si no una avioneta, que nos llevó a 15000 pies de altura (unos 5 km) y desde la que nos tiramos en paracaídas, con un terrible nudo en la garganta (imaginaros qué sería...), alucinando con la experiencia de la caída libre durante un minuto a 200 km/h, y con el paisaje que nos rodeaba. Sin palabras, una vez más! Poco tiene que ver con Lillo...
Ufff!! Necesitamos un respiro!

Comentarios

pepe ha dicho que…
Mira que me estais empezando a dar envidia,eh?
menos mal q yo se que en breve os imitaré, pero para eso tengo q esperar a q volvais para q me conteis con detalle. y visto lo visto, hasta el 2010 nada.
seguid disfrutando, perras. y seguid contándolo en el blog, q os aseguro q ameniza más de una tarde hospitalaria. besitos