Adiós a las puntas abiertas....

La aventura de Moorea fue un poco más arriesgada. Veamos por qué.

Para llegar a Moorea, primero tuvimos que aterrizar en Tahiti y desde allí, coger el avión más pequeño de nuestras vidas, pequeño hasta la claustrofobia, para sobrevolar el trozo de mar que separa Tahiti de Moorea durante aproximadamente 8 minutos. Lo que se suele decir un visto y no visto, un plis, un suspiro... Reservamos bungalow en “Marks Place”, un sitio un tanto peculiar, sobre todo por los comentarios que habíamos leído de él en algún foro de viaje en cuanto a su controvertido dueño se refiere. Unos lo tachaban de excéntrico, bipolar, malhumorado, mientras que otros lo consideraban encantador y una maravillosa persona, así que estuvimos dudando mucho sobre este lugar. Pero al final, en parte porque el sitio parecía paradisíaco una vez más, y en parte porque no nos quedó más remedio, decidimos probar suerte con Mark y su incierto paraíso.

Este sospechoso lugar, se encontraba justo en la otra punta del aeropuerto, y para variar otra vez era domingo, así que el próximo bus no pasaría hasta dentro de 4 horas. Las opciones de alquiler de coche eran carísimas siguiendo la tónica general, así que, por qué no hacer dedo??? Pues lo creáis o no, fue una idea buenísima. Al final se convertiría en nuestro medio de transporte principal, y resultó ser algo bastante común en la isla. Incluso hay gente viviendo allí, que lo hace a diario para moverse. Además nos permitiría conocer la amabilidad de muchos de sus residentes, compartir experiencias, vivencias, en fin, toda una aventura diaria. Pero esta no sería, ni mucho menos, la mayor de las aventuras, casi desastre diría yo...

Conseguimos llegar al lugar, después de tres trasbordos. El primero un francés muy majete que pararía cerca del aeropuerto. El segundo otro francés surfero en busca de una cala, que llevaba ya unos años viviendo allí y sin ninguna gana de volverse a la patria. Los últimos, una pareja de francés y Polinesia que nos dejarían en las puertas del paraíso. Y allí estaba Mark, esperándonos con una sonrisa a media asta y unos ojos desconfiados. Mark es un carpintero norteamericano, que se dedicó en su tiempo a construir casas por muchas partes del mundo , también alguna en el norte de España, hasta que se cansó y decidió asentarse en un rancho yanki durante algunos años. Me lo puedo imaginar con el sombrero de cowboy y las espuelas de estrella. Imagen muy diferente a la que nos encontrábamos ahora, con su camisa hawaiana, sus bermudas y descalzo. Padre de tres niños adoptivos a pesar de ser soltero, cosa que agradecía enormemente a la sociedad polinesia.
Y yo creo que le caímos bien, y a nosotros en principio también. Él mismo había construido todos sus bungalows, que eran una preciosidad y se encargó de enseñarnos todos los detalles del nuestro, que había sido su última obra de arte y nos encantó. Sería nuestro pequeño hogar polinésico.

El primer día paseamos para conocer un poco los alrededores, aunque sería el segundo día en bici, y el tercero en moto cuando conoceríamos toda la isla. Alquilamos una bici y pedaleamos hasta una playa cercana donde había cosas interesantes que hacer. Lo mejor, ver rayas y tiburones en una especie de acuario natural que se formaba cerca de la playa dentro del agua. Pero para llegar hasta allí, las opciones eran hacerlo en kayak o con un tour guiado. Como hacía bastante viento, decidimos hacer algo mejor, alquilar nuestro propio barquito!!!! Una pasada. Alquilaban barcas de madera con motor sin necesidad de carnet, así pudimos ver las rayas, tocarlas, jugar con ellas, ver tiburones desde lejos y no tan lejos, y acercarnos hasta dos islas cercanas, toda una aventura...Pero tampoco esta sería la aventura final, y tanto que final, casi casi...

La susodicha aventura, nos sucedería en el maravilloso día que decidimos alquilar la moto. Y no, no tuvimos ningún accidente, ni Fer se ha vuelto a romper la mano, ni nada de eso. Recorrimos la Isla de Sur a Norte, parando en pequeñas calas, descubriendo la bahía de Cook, donde habría llegado unos pocos años atrás (no más de 300) y se habría maravillado por la asombrosa belleza de la isla, y es de entender.
Y acabaríamos casi el día en la playa cercana al hotel Kia Ora, que significa bienvenido. Allí nos daríamos un largo baño y haríamos snorkel, hasta que se puso a llover, a cántaros!. Así que pusimos nuestras cosas a cubierto debajo de un frondoso árbol y nos volvimos al agua, que estaba más caliente que la lluvia. Y aquí empieza la aventura de descubrir para nuestra sorpresa que al salir del agua nuestras cosas ya no estaban. No estaba la mochila, con nuestra ropa, nuestros pasaportes, tarjetas, DNIs, permisos de conducir, nuestro tupper que nos acompaña desde Bolivia, mis gafas, nuestras gorras, las llaves de la moto, la cámara.... Así que de pronto nos encontramos bajo la lluvia, en bañador, con nada más encima que las aletas y las gafas que nos regalaron Matías y Ale y un nudo en el estomágo que gritaba noooooooooooooooooo!!!!!!!!!

No puede ser.

Buscamos ayuda en una casa cercana. Una señora muy amable, entendió nuestra situación a pesar de la barrera lingüística y llamó a la policía y nosotros a Mark y al hombre que nos alquiló la moto. La señora me dejó una especie de tela que me puse a modo de pareo y menos mal, porque ya fue gracioso llegar a la “gendarmerie” solo con el pareo y las aletas y las gafas.... Los policías, franceses, también fueron muy amables, y el dueño de la moto, que nos vino a buscar con otra moto y llevarse la nuestra sin llaves, para que pudiéramos volver a casa después de pasar por la comisaría y hacer la denuncia.

Llegamos al ya no tan paraíso de Mark con caras largas, corazones encogidos y afligidos por la situación. Por qué!!!! Y por qué justo el día que llevamos encima el pasaporte. Fue todo pensando en que igual era necesario para alquilar la moto. Y en dos días teníamos que volar a Nueva Zelanda...!

Pero sería mucho peor el día siguiente. Llamamos a la embajada española en Tahiti para poder solucionar el problema de los pasaportes, intentando conseguir algo provisional. El embajador español sólo consiguió bajarnos la moral al subsuelo al decirnos que era imposible hacernos un pasaporte allí, tendríamos que esperar unas 3 semanas hasta que enviaran uno nuevo de España, así que la mejor opción era volver a España, por Chile ya que tenían acuerdo de repatriación.
Pero nosotros no queríamos ser repatriados! Eso suena a película de guerra. Ni tampoco podíamos permitirnos 3 semanas más en Polinesia, a no ser que fuera lavando platos. Entonces el embajador nos aseguró que la mejor opción era esperar, que casi siempre aparecían, que pusiéramos un cartel en la playa, ofreciendo una recompensa, que buscáramos la mochila en cualquier rincón. A diferencia de las otras Islas donde habíamos estado, en Moorea eran frecuentes los robos a turistas, normalmente realizados por chavalillos en busca de dinero para beber o fumar. Y el resto no lo querían para nada y lo solían tirar cerca del lugar del robo.

Y eso fue lo que pasó. Al día siguiente nuestra mochila apareció, mojada por la lluvia, sin dinero, sin ropa, sin tupper, sin cámara, sin gafas, sin gorras...pero con todos nuestros documentos y las llaves de la moto. Así que el dueño de la moto se puso muy contento, y nosotros más, con la alegría de haber recuperado la llave de nuestro viaje, nuestro más preciado tesoro: nuestros pasaportes.

Y esta es la historia de cómo estuvimos a punto de volvernos a España, pero por el camino equivocado y a las puertas de Nueva Zelanda..
De nuevo regresamos a Tahiti, para quedarnos en la pensión de nuestro buen amigo Fred, el francés, que ya tendría otra historia más que contar en el desayuno.

Y colorín colorado, esta aventura se ha acabado, una y no más....

Y sí, sí, me he cortado un poco las puntas...

Comentarios

Isma ha dicho que…
guapetona!
Eli ha dicho que…
Ufffff! He pasado tensión al leer la historia, eh?
Sara! Estás guapísima con el pelo así!!!! Ese pelo sólo lo pueden llevar las que tienen la cara tan bonita como la tuya....
Muacs!!!!!!!
Anónimo ha dicho que…
Yo creo que la verdad es que a Sara le han rapado la cabeza en la comisaría, donde estuvieron un par de noches por pasearse casi desnudos y sin documentación por la ciudad. Con el Fer no se atrevieron, que abulta más que Sara.
La Jose.