Los sonidos de Milford, Catlins y el pescado

Queenstown también es la puerta de entrada al Parque Nacional de los Fiordos (Fiordland), si bien la mayoría no son fiordos, si no lo que ellos llaman sounds (sonidos, en español). La diferencia es que, mientras un fiordo se forma por la erosión que causa un glaciar y su posterior deshielo, un “sound” es el resultado de un descenso en el nivel de agua que deja al descubierto una montaña submarina preexistente. Y después de esta clase de geología, nos dirigimos para allá, la región más lluviosa de Nueva Zelanda, con lluvias durante 2/3 del año, para embarcarnos en un crucero por Milford Sound, el más famoso de todos, que paradójicamente, es un fiordo de verdad. El barco nos llevó a través de las paredes escarpadas que forman el canal y que se elevan cientos de metros sobre el nivel del mar, acercándose a escasos metros de las numerosas cascadas y a las menos numerosas focas neozelandesas que descansan en las rocas, para acabar a las puertas del terrible Mar de Tasman, donde el fuerte viento y el oleaje hace muy difícil la navegación. De vuelta al pueblo, experimentaríamos lo que para nosotros ha quedado como el verdadero “Milford Sound”, gracias a nuestro compañero de habitación que nos deleitó durante toda la noche con unos ronquidos dignos del peor EPOC y SAOS que pueda verse en la consulta del doctor Cabello, y con sólo unos 25 añitos.

Ya lejos de las grandes atracciones, seguimos rumbo al desconocido sur, a la región de los Catlins, que se extiende a lo largo de toda la costa sur de la isla sur, donde poca gente llega, y donde durante los siguientes días tuvimos la oportunidad de ver todo tipo de vida salvaje en su hábitat natural, desde enormes corzos que se cruzan en la carretera, hasta leones marinos descansando tranquilamente en la arena de la playa, pasando por los raros pingüinos de ojos amarillos y albatros de dos metros de envergadura, como siempre con unos paisajes que cortan la respiración.
Y lo mejor de todo, gracias a la libertad del coche, acabamos descubriendo lugares con un encanto especial, como nuestra “casa” en el Kaka Point, con nuestra habitación con vistas al amanecer sobre el mar, o Moeraki, famoso por unas
formaciones rocosas esféricas

esparcidas por la playa y donde pasamos un par de días en una paz absoluta, descubriendo santuarios de focas, pingüinos y leones marinos y, una vez más, pescando. Pero esta vez...con éxito!!! Después de tanto tiempo, por fin lo conseguimos. Y es que no es tan fácil como parece. Poco a poco, día tras día, íbamos aprendiendo algo nuevo del mundo de la pesca, gracias a la gente que nos encontrábamos pescando. No todo es tirar la caña y esperar: que si el cebo sólo se usa por la mañana pronto o por la tarde-noche, que si para la trucha hay que usar el spinning, que lances y recojas rápido, que hay que pescar cuando sube la marea,... Pero al final picaron. Y vaya si picaron! Primero un par de pececillos que esa misma noche nos comimos, y después algo más grande, mucho más grande, una especie de tiburoncillo de ojos amarillos y mirada siniestra que nos dejó con la boca abierta mientras un escalofrío nos recorría el cuerpo. El enorme bicho se retorcía en la orilla hasta que se soltó y volvió lentamente al mar. Menos mal, no hubiésemos sabido que hacer con eso!! Luego nos enteramos que se llama “rig” en inglés y, aunque parezca mentira, se come.
A nosotros, nuestra cena pescada por nosotros mismos, nos supo a gloria...


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Sin comentarios... El mejor atlas que he visto nunca. Me encanta leer cómo estáis disfrutando... Muuuak.
Isma ha dicho que…
Sara por dios, que con ese cuchillaco en las manos y esos pelos das miedo...
Hasta el bicho-foca-leon marino, se esta haciendo el muerto...