El final del camino, por el momento...

Afrontamos los últimos días del viaje por Nueva Zelanda con todas las expectativas cumplidas, incluso sobrepasadas, con algo ya de cansancio por tantas horas al volante, con el tiempo revuelto sin vistas a cambiar y con la última región a visitar, la península de Coromandel, llena de playas que poco íbamos a poder disfrutar.


De Tongariro pasamos de nuevo por el Lago Taupo y Rotorua, para meternos de lleno en la península. Nuestra primera parada, obligados por la hora que era, fue Kati Kati que, si bien el nombre es gracioso, poca gracia tenía el ex-bombero borracho y maleducado que regentaba el hostel donde nos quedamos, y menos aún los pies malolientes de nuestro compañero de habitación. La región es famosa por el cultivo de kiwi, y nada más. Llena de trabajadores temporales, muchos de ellos viajeros que aprovechan unos días recogiendo kiwis para financiarse parte del viaje. Salimos todo lo rápido que pudimos en dirección al norte, hasta llegar a uno de los sitios más curiosos que hemos visto, la Hot Water Beach o, en castellano, playa de agua caliente. Se trata de una playa normal (muy bonita, por cierto) por debajo de la que pasan aguas termales. Si llegas en marea baja, como tuvimos la suerte de llegar, y cavas un hoyo en determinadas zonas, el agua termal caliente mana del subsuelo, creando unas piscinitas a cuarenta grados, que contrastan con el agua fría del mar, y la lluvia que comenzaba a caer. Allí estuvimos muuucho rato, hasta que se nos pusieron las yemas de los dedos como pasas, para continuar bordeando la península.
Los siguientes días los pasamos sin poder quitarnos el chubasquero, casi sin ver el sol, avanzando poco a poco hacia nuestro destino final, con una parada especial en Thames, donde pasamos un día de lo más casero, de esos de otoño en España, que te quedas acurrucado en el sofá viendo películas, sabiendo que lo que hay afuera no se puede comparar con el sentimiento, durante unas horas, de sentirte como en tu propia casa (lástima de proyector...).
Aquí nos despedimos de Anne, que nos acompañó desde Tongariro y que continuaba su viaje por la isla norte.
Al final, después de casi un mes y medio, se mezclaron sensaciones opuestas. Por una parte teníamos ganas de dejar el coche, con el que nos habíamos hecho más de 6000 km y cruzar el Mar de Tasman para llegar a Australia. Pero no podíamos dejar que el cansancio y el mal tiempo de los últimos días echasen a perder los buenísimos momentos que pasamos por todo el país, los millones de sensaciones nuevas que experimentamos, todas las cosas que hicimos y vimos, la gente que conocimos, y nuestra maravillosa rutina, prepararnos el desayuno, cocinar, ir al super a hacer la compra, descubrir rincones especiales donde poder lanzar la caña y, al final del día, preguntarnos: ¿dónde dormiremos hoy...?

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