Bunaken con acento alemán

Todo lo que queda por contar sobre Indonesia es una sucesión de escenas de buen rollo y hospitalidad que hicieron difícil dejar este maravilloso país.
Para empezar, aterrizamos en Manado, en el archipiélago de las Swulawesi, al norte de Indonesia, a eso de las doce de la noche, y mientras esperamos las maletas en medio de un sueño interrumpido, un lugareño entabla conversación con nosotros (prácticamente éramos los únicos guiris). Él tampoco parecía el típico indonesio, su inglés bastante bueno y un color de piel más blanco de lo normal, delataba la clase media alta a la que pertenecía. Y es que Manado aún retiene bastante de la cultura y el matiz aristocrático de la Holanda que la colonizó hace años. Así que muchas familias envían a sus hijos a estudiar a Holanda o Estados Unidos, de ahí su buen acento.
El caso es que hablando hablando, él se queda encantado de que estemos en su ciudad y queriendo hacernos sentir a gusto, se empeña en llevarnos hasta nuestro hotel, que ya no son horas.
Madre mía. Fue como sentir por primera vez en todos estos meses de viaje, con todos sus vuelos y todos sus aeropuertos, que alguien nos venía a buscar!!! Y con lo cansados que estábamos... Además nos dio su móvil y poco le faltó para hospedarnos en su casa...
El motivo que nos llevó a las Sulawesi es el que algunos quizás sospecháis, el buceo. El lugar famoso por su buceo se llama Bunaken, y es una isla no muy grande a media hora en barco desde Manado. Así que al día siguiente nos presentamos en el puerto en busca de algún barco que fuese hasta allí y nos llevara por un buen precio, porque para variar era domingo y no había barco público...
Manado fue uno de esos lugares en los que todavía no están tan acostumbrados al turismo y eso hizo que fuera especial. La gente te sonríe por la calle, algunos hasta se acercan para tocarte, los más pequeños te lanzan un “hello miss!” desde lejos. Pero también hay gente que como siempre, intenta sacar partido del turista despistado, despistados nosotros??? Encontramos un marinero, bueno, él nos encontró a nosotros y nos ofreció el viaje a Bunaken a un precio razonable (después de mucho regateo, claro). Así que quedamos con él una hora más tarde para que nos diera tiempo a volver a por las mochilas al hotel. Y menos mal que no pagamos por adelantado, porque cuando volvimos ni marinero, ni barco, por poco ni mar! El tío debió encontrar a alguien con menos ganas de regatear que nosotros... Y ahí vuelve otra vez el indonesio amable, que me rescata de un intento frustrado de explicarle a la buena señora del chiringuito de arroz, que quería un Nasi Campur pero de esos con arroz amarillo, pollo verduritas y un poco picante. Gas (que así se llamaba), trabajaba de guía turístico en Manado, pero vivía en Bunaken, así que se ofreció a llevarnos en barco por el mismo precio pactado, además de conseguirme una comida riquísima típica de Manado.

Casualmente, su hermana tenía una pensión y su cuñado alemán, que también iba en el barco, un centro de buceo ( siempre pasa igual), aunque a veces es irremediable, porque todos en la isla son familia, así que decidimos echarle un vistazo. La verdad es que nada más ver el sitio nos encantó, en lo alto de una colina rodeado de palmeritas y con unas vistas al mar y a la puesta de sol únicas, un lugar privilegiado. Es la idea que te viene a la mente cuando piensas en una playa desierta y medio selvática, de esas en las que no hay coches, sólo motos que circulan por la única carretera sin asfaltar de la isla y en las que cortan la luz y el agua durante el día, salvando las horas de cocina. Y de esas en las que te encuentras escarabajos con cabeza de martillo más grandes que un seiscientos en la ducha y cómo no, las ya míticas salamandras correteando por el techo cantando el famoso Ge-ckooo que les da nombre (esto por no hablar de las cucarachas voladoras...aaaaaj). Pero es que la vida en la selva es así de dura..

Estaban ampliando el lugar, así que tenían unos chalets recién terminados pero con algún retoque por rematar, así que si los queríamos nos los dejarían a buen precio, con pensión completa y wifi. Ni que decir tiene que la comida era super casera, con pescado fresco a diario, ensaladas de papaya y otros manjares de los que disfrutábamos los allí alojados junto con Sven, el dueño del centro de buceo. Eso le daba un toque especial, disfrutamos mucho de cada comida y de la compañía de Sven, un alemán de largos rizos rubios y un ojo de cada color, contándonos su historia, de cómo había pasado de guitarrista profesional durante más de diez años, al estilo virtuoso de Steve Vai y Joe Satriani, a conducir camiones en algún lugar remoto de Alemania para terminar viviendo en un bungalow en la playa con su mujer indonesia y su hija recién nacida, dedicándose a hacer lo que más le gusta en la vida bucear. Y luego estaba Robeeeeerto (con acento italiano), un milanés también instructor de buceo, que había vuelto a Bunaken por segunda vez, después de unos meses trabajando en Sudán como instructor. Volvió porque le encantaba el buceo allí, eso y la cuñada de Sven, por lo que pudimos descubrir después. Qué gracia nos hacía el acento de Roberto, hablando un inglés bastante bueno, pero con ese toque hispano tan característico: See you tomorrow ,eh? (típica coletilla).

Las inmersiones fueron un mundo aparte. No porque fueran espectaculares en cuanto a vida marina o bichos grandes como en Fakarava. Esta vez fue algo totalmente distinto, algo muy nuevo para nosotros. Lo bonito de las inmersiones aquí eran las pequeñas cosas. Y tan pequeñas. Si no vas con un guía es imposible ver nada. Pero Deni, nuestro guía indonesio, hacía aparecer bichos raros de cualquier rincón. Así descubrimos los cangrejos boxeadores, que miden como 2 centímetros y tienen una especie de pompones muy graciosos al final de las pinzas, o el cangrejo orangután, lleno de pelos marrones largos, caballitos de mar minúsculos que se camuflan con cualquier ramita de coral, peces rana, sepias minúsculas multicolor, nudibranquios de todas las formas y colores, peces escorpión y otra multitud de vida macro (que así se llama porque tienes que poner el macro de la cámara para enfocarlos, o eso deduje yo..).













Otro puntazo fue la inmersión nocturna de casi dos horas que nos marcamos, si es que te entretienes... Qué gracioso fue ver cómo unos cangrejos gigantescos intentan pasar desapercibidos poniéndose trozos de coral encima del caparazón, o ver los miles de ojos rojos de las gambas escondidas entre el coral observándote...

Al final nos quedamos encantados con Bunaken, con Sven y su paraíso particular. Y yo creo que él con nosotros también. Tuvimos que pincharle un urbasón (no tanto por esto) y darle unos cuantos polaramines para conciliar el sueño después de una noche horrible. Había tocado un coral de fuego sin querer y se le había puesto la mano el doble de grande que la del muñeco de michelín.

Así que, quién sabe si algún día volveremos, cuando seamos mayores (y ricos..).















Comentarios

Eli ha dicho que…
Cuántas cosas estamos aprendiendo con vosotros!!!!!!
Un montón de geografía, gastronomía, zoología...
Por cierto... impresionantes "las pequeñas cosas del mar", eh? (típica coletilla...)
Besitos, guapos!!!!