Asia comienza en Java

Después de tanto tiempo, por fin estamos en Asia. Se acabó gastar dinero sin parar y malvivir en hostels. Y sobre todo, se acabó cocinar!! (bueno, en realidad casi siempre cocinaba Sara...). Por aquí la vida es tan barata, que pensar en dormir en una habitación compartida es casi pecado, y prepararte la comida es más caro que sentarte en uno de los miles de restaurantes locales que hay por los mercados.
Y que mejor forma de empezar el viaje por Asia que Jakarta, capital de Indonesia, en la isla de Java. Si miráis un mapa mundi, Indonesia está formado por unas 15000 islas, varias de ellas enormes, con una superficie total casi como Europa. Parece que está cerquita de Australia, pero si viajas desde Sydney, sólo se tarda siete horas!! Otro dato curioso de Indonesia es que es el país con más población musulmana del mundo. De sus casi 250 millones de habitantes (sí!!!), unos 200 (millones) son musulmanes, y el resto se reparten entre hinduistas, budistas y católicos y otras religiones minoritarias.
Jakarta es posiblemente la ciudad más inhóspita del mundo. Mareas de gente de un lado a otro, miles de coches y bajajs (moto-taxis) colapsan la ciudad a todas horas, los edificios a medio construir o a medio derruir se suceden sin parar durante kilómetros, y el humo de los motores te corta la respiración. No hay espacio para los peatones, ya que las aceran están tomadas por puestecillos de comida, ropa y todo lo que te puedas imaginar. Con este panorama, lo mejor era salir disparados de allí. Tampoco animaba el calor y la humedad insoportables, a lo que se sumaba alguna lluvia torrencial que hacía más insoportable aún el calor. De ahí cogimos un tren en clase “eksekutif” hasta Yogyakarta. El trayecto mereció la pena hacerlo de día, ya que recorría campos de arroz y palmerales bastante chulos.
Yogyakarta, a pesar de ser también una ciudad grande, nada tiene que ver con Jakarta. El tráfico es soportable, y en todos los rincones hay talleres de pintura y artesanía y muchos puestos de comida barata. Además, nos quedamos en una zona de callejuelas muy estrechas, al estilo de la medina de Marrakesch, donde también nos despertaba la llamada a la oración de las mezquitas. Aquí tuvimos el primer contacto con los habituales liantes que creen que el turista no es más que un monedero andante. Daba la gran “casualidad” de que había una feria nacional de artesanía en Yogyakarta, venían grandes artistas de todo el país, y justo hoy era el último día, la última oportunidad para adquirir buenas obras de arte a muy buen precio... Lógicamente, resultaba que todos los días eran el último día de la feria, y los supuestos artistas tenían menos arte en su cuerpo que yo.
Lo que si tiene arte es la comida, una auténtica delicia, que no parábamos de degustar. El arroz en todas sus variantes y el pollo con miles de salsa. De todos, nuestros favoritos: el sate ayam (o kip sate para los que tuvimos la suerte de probarlo en Amsterdam), nasi goreng y nasi kampur (que vienen a ser arroces fritos con varias cosas). Pasamos los días comiendo, tomando zumos y helados (todos por dos duros!), paseando y regateando, aunque poco compramos, la verdad.
De los alrededores de Yogyakarta, sin duda lo mejor son los templos de Prambanan y Borobudur.

Decidimos que para visitar Prambanan lo mejor era ir en moto, ya que estaba a escasos quince kilómetros. No contábamos con el poco respeto que tienen los indonesios por las normas de circulación, o por lo menos por nuestras normas. Lo de adelantar tres a la vez y formar cuatro carriles en vez de dos es lo habitual, así como incorporarse sin mirar y que se aparte el de atrás. Si a esto le añadimos que conducen por la izquierda, os podéis imaginar lo divertido que fue el viaje. Cuando paramos nos tuvieron que separar con espátula de lo tensos que acabamos. Aún así, la imagen del templo, uno de los mayores tempos hinduistas del mundo, bien merece la pena el estrés.
Prambanan está formado por varios templos centrales bastante grandes, al estilo de Ankor Wat, rodeados de otros 250 más pequeños. La pena es que por culpa de un terremoto, muchos de ellos se vinieron abajo, y todavía están en proceso de restauración. Pasamos allí unas horas, intentando retrasar el momento de coger la moto de vuelta. Al llegar al hotelillo, duchita y cervecita para relajarnos.

Al día siguiente fuimos a ver el otro gran templo, Borobudur, el mayor templo budista del mundo. Escarmentados, decidimos ir en transporte público por nuestra cuenta, en vez de en tour organizado. Para coger el primer autobús, nos pusimos a esperar en lo que supuestamente es la parada. En realidad es una esquina donde hay más gente esperando. Nadie sabe cuando pasará y nadie te asegura que vaya a pasar. Después de media hora bajo el solazo, por fin llegó el bus, nos llevó hasta la estación de buses interurbanos, donde cogimos otro bus que en España no serviría ni como chatarra y en una hora nos llevó hasta el pueblo del templo. Desde allí, caminar un kilómetro. Por fin, después de casi toda la mañana viajando para hacer 40 kilómetros, llegamos a Borobudur. Impresionante, parece una fortaleza con miles de budas por todos lados, esculpidos en la roca, metidos en pequeñas estupas, creando escenas de adoración,... en medio de un valle lleno de palmeras con las montañas al fondo.
Lo malo, o menos bueno, es que fuimos en domingo, y todos los indonesios pensaron que era buen momento para verlo. Aún así, tuvimos la oportunidad de comprobar el carácter de la gente, que se acercaba con una sonrisilla tímida para practicar inglés o, más gracioso todavía, para hacerse fotos con nosotros. Primero una chica, luego con la amiga, luego con otras dos amigas, hasta que toda la clase se puso a nuestro alrededor para inmortalizar el momento. Muy curioso. Y nosotros, dentro de lo que cabe, somos morenos y destacamos menos. Los pobres guiris rubios no podían dar dos pasos sin que alguien les parase y se hiciese fotos con ellos. Los indonesios son gente realmente agradable, que se esfuerzan por chapurrear un poco de inglés, cuando debería ser al revés, que nosotros aprendiésemos unas palabras en indonesio.
Después de recrearnos durante unas horas, emprendimos el camino de retorno con la misma combinación pero a la inversa, echando al final todo el día. Cuando llegamos al hotel e hicimos cálculos, nos dimos cuenta de que si hubiésemos ido con un tour, que te llevan directamente a los templos, tú solito, con aire acondicionado, te esperan y te traen, apenas nos hubiésemos gastado dos euros más. Pero claro, nosotros somos viajeros, no turistas (.....).
Como bien decía un amigo inglés que conocimos en Moorea, “es en estos países donde haces que tu dinero valga más”.

Nuestro camino seguía dirección sureste por la isla de Java, y el siguiente destino era Cemoro Lawan, famoso por encontrarse a los pies del volcán Bromo. Conseguimos llegar después de nueve horas en furgoneta, una hora esperando en Probolingo, cambiar a un minibús que estaba en las últimas que nos llevó hasta el pueblo, por una carretera que subía unos dos mil metros de desnivel en una hora. Llegamos de noche, lo justo para cenar y enterarnos un poco de cómo se llegaba hasta el volcán.
Lo interesante es llegar a la cima del volcán para ver amanecer, y eso supone, lógicamente, pegarse el madrugón y caminar de noche por una zona que no teníamos ni idea de como era. Así que a las cuatro de la mañana, rechazando guías, 4x4, linternas, ropa de abrigo y todo tipo de cosas que nos ofrecieron los lugareños, con el frontal en la cabeza y unas vagas indicaciones del tipo del hotel, comenzamos el descenso por un terraplén hasta una explanada, al final de la cual se suponía que estaba el volcán. Atravesando el páramo, poco a poco conseguimos distinguir la silueta de una montaña, claro, que cualquiera sabía si era el volcán Bromo u otra! A tientas y con mucha imaginación conseguimos llegar a la base del volcán, distinguible porque del cráter no para de salir una enorme columna de humo que, si bien no asusta, no tranquiliza mucho saber que vas a subir a un volcán activo. La subida no es para tanto, es bastante corta, pero ver el cráter humeante desde justo encima no tiene precio. Aquí esperamos al amanecer. Todo se iba aclarando según pasaban los minutos. Ya se podían distinguir las montañas de alrededor, el valle, y entre las nubes y la niebla algunos rayos de sol dibujaban un paisaje como pocos. En realidad, tanto el volcán Bromo como las montañas que lo rodean, se encuentran dentro de otro enorme cráter que debió formarse muchísimo antes.
Cuando el amanecer se completó bajamos a la base y atravesamos toda la explanada entre la niebla, pasando templos, hasta llegar al final, para subir a otro punto desde donde se suponía que tendríamos unas vistas del gran cráter, el volcán y el resto de montañas. Lamentablemente, las nubes demasiado bajas no nos dejaron disfrutar del todo del espectáculo. De todas formas, el camino hasta llegar al mirador ya valió la pena, atravesando arrozales y terrenos donde los indonesios tenían sus pequeños huertos, te saludaban al pasar o se quedaban mirando extrañados de ver a gente occidental por allí.
De regreso, tuvimos el tiempo justo para una ducha, una siesta burrera y comer, antes de coger otra combinación infernal de medios de transporte que nos llevaría hasta Bali...









Comentarios

Isma ha dicho que…
Halo. Nama Saya Isma.
Ngentot lo anjing betina.
Me teneis hasta los mismisimos...
Pero bueno... como mucho os quedan 4 meses...
Eli ha dicho que…
Isma... cómo que cómo mucho os quedan 4 meses? Sabes algo que los demás no sepamos? Tienen pensado estar un año y nos están dando largas a todos?????????
Un besito a todos!!!
Anónimo ha dicho que…
Saltos en paracaídas, caminos por glaciares, paseos en moto entre tráfico infernal, subida a volcanes...p'a haberos matao!!!!!
Seguid disfrutando, guapos!