Psicosis, geisers y jacuzzis

Nuestro viaje por la isla norte comenzó con una pasadita de puntillas por Wellington, capital del país (pues no, no es Auckland!) y otra ciudad “grande” más, con alguna zona de casas estilo inglés y poco más. Ya atardeciendo decidimos tirar para el norte hasta que se hiciese de noche y parar cuando estuviésemos cansados.
Y así acabamos en Paekakariki, en un hostalillo que más bien parecía la casa donde vivían los hijos de la dueña antes de irse del nido materno. Eso sí, con vistas al mar sobre una colina!!

La isla norte, a diferencia de la sur, conserva gran parte de la herencia maorí y es donde viven la mayoría de los “nativos”, manteniendo muchos de los nombres maoríes de los pueblos y calles, con centros culturales donde aprender la historia, costumbres y ritos de los habitantes originales del país. No hay que olvidar que los que consideramos “neozelandeses” apenas llevan 200 años en las islas.
Sin un plan muy fijo (vamos, que no teníamos ni idea de para donde ir), paramos en un centro de información a ver si nos aclaraban algo y, como suele pasar en estos sitios, sólo te dicen lo que quieres oír, así que nos autoconvencimos de que lo mejor era ir hacia el este, en dirección Napier.
Esta ruta suponía un nuevo peligro: pasar por Waipukurau, el pueblo donde vivía la viejuna borrachuza de Abel Tasman, os acordáis?? Ya nos imaginábamos a la señora apostada en una farola en la acera de la calle principal del pueblo, con un cartón de Don Simón en una mano y ondeando un pañuelo (que seguramente se habría sacado del sujetador...) en la otra, invitándonos a pasar una noche en su casa, con animales disecados y moqueta por todos lados, al más puro estilo Norman Bates!!

Pasamos por el pueblo saltándonos todos los límites de velocidad por si acaso, para llegar primero a Hastings (sin pena ni gloria) y luego a Napier, una ciudad pequeñita que tiene la particularidad de contar con la mayor colección de edificios art-decó del mundo. Debido a un terrible terremoto, la mayoría de los edificios fueron destruidos en los años 30 y reconstruidos en art-decó, que se estilaba mucho en aquella época. El resultado es una ciudad pintoresca, de edificios bajos, muy parecidos pero todos diferentes, calles tranquilas, ambiente bohemio, con un poquito de montaña y una enorme playa. Vamos, que daban ganas de quedarse a vivir.

Por desgracia teníamos que continuar nuestro camino y, después de un par de días, salimos hacia el Lago Taupo, segunda sucursal de Disney Land de Nueva Zelanda después de Queenstown, donde también se puede hacer todo lo que acabe en -ing. Nuestra idea era utilizarlo de base para realizar uno de los puntos fuertes del viaje, el cruce del Tongariro National Park. Lamentablemente, esos días el tiempo tuvo a bien revolverse, y el viento, el frío y la lluvia hacían poco aconsejable adentrarse en una zona tan extrema cono Tongariro.
Con los dientes largos nos dimos media vuelta y nos fuimos más al norte, a Rotorua, a pasar unos días mientras esperábamos a que mejorase el tiempo.


La región de Rotorua y parte de Taupo se asienta sobre una zona con muchísima actividad geotérmica, con multitud de geisers, lagos de azufre, aguas termales, etc... creando un paisaje muy curioso, donde puedes ver columnas enormes de vapor salir por encima de los bosques.
Es el principal atractivo de la zona, y todo el mundo lo sabe, y todo el mundo lo explota. Hay multitud de spas, saunas, baños romanos, y muchísimos alojamientos ofrecen piscinas de agua caliente o jacuzzis en sus habitaciones. Y como estábamos muy trabajados de tanto viajar en coche, decidimos que era hora de disfrutar de nuestra propia habitación de motel con jacuzzi en la terraza!!

Con este plan, poco vimos de la ciudad, salvo unos cuantos lagos donde seguir afinando la técnica del spinning y saliendo, como los zombies, a las horas de las comidas para alimentarnos y volvernos a nuestro jacuzzi...
Pasados unos días, cuando el tiempo por fin cambió, retomamos el camino a Taupo, parando en Waiotapu, un parque geotérmico en el que disfrutamos de geisers de decenas de metros, de lagos, terrazas y pozos de miles de colores, emanando un intenso olor a azufre, similar al que nos inundó los pulmones en Potosí, hace ya unos cuantos meses.

Y aunque el lago Taupo es realmente bonito, no nos atraía mucho la idea de quedarnos por allí, y decidimos acercarnos todo lo que pudiésemos al parque, y así terminamos en Turangi, pueblecito tranquilo como pocos, en una de las mejores zonas del mundo para pescar truchas!!! Por desgracia, la cantidad de truchas debe ser tal, que en los ríos sólo permiten la pesca con mosca (fly fishing) y esa técnica todavía no la tenemos dominada... Así que nos conformamos con mirar a algún pescador metido hasta la cintura en el río, lanzando el sedal con finos movimientos ondulantes y esperando el atardecer sintiéndonos, una vez más, unos privilegiados...









Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Que fuerte lo del paracaidas...y lo de los delfines!!
y todo!!
cuando teneis pensado volver???Hijos de perra!!
Muchos besos!!