Callo Malayo

Con la imagen en la mente todavía de Sven diciéndonos adiós desde la orilla de Bunaken, ondeando su mano gigantesca, como si fuese un catcher de baseball, nos dirigimos otra vez hacia Manado, para saborear nuestro último nasi kampur y matar las horas en el cine hasta que cogimos el siguiente vuelo, esta vez hacia Kula Lumpur, la capital de Malasia.
Nuestros primeros pensamientos fueron: ya está, otra megacuidad al estilo de Jakarta. Nada más pisar el aeropuerto, se nota que esto ya no es Indonesia. Malasia es un país más desarrollado, más rico y más “occidental”. Aún así, conserva el encanto de los países asiáticos. Para comenzar, decidimos buscar un hotelillo barato en Chinatown, que resultó ser un almacén de viajeros más que un albergue. Lo único que le interesaba al chino del hotel era que le pagásemos todas las mañanas antes de las 12, si no, se empezaba a poner nervioso. Y la agencia de viajes que tenían dentro del hotel, daba menos información y menos fiable que los teleoperadores de Telefónica. Por lo menos el desayuno estaba bueno. Lo mejor, la localización, en pleno barrio chino, con miles de restaurantes, tiendas de falsificaciones y mucho ambiente por la noche.

El principal atractivo de Kuala Lumpur son las Torres Petronas, dos torres idénticas de 450 metros de altura unidas por un corredor a mitad de altura más o menos, hasta hace poco las torres más grandes del mundo. Realmente son impresionantes! Para muchos no dejarán de ser unos edificios de oficinas, pero sin duda han sido un logro arquitectónico del hombre. Igual en el antiguo Egipto, hace tres mil años, muchos pensaron que las pirámides no eran más que unas tumbas...
El resto de la ciudad no tiene gran interés, aunque es bastante agradable, el tráfico no es insufrible y tiene un metro que muchos quisieran. Lo más curioso quizás es ver la enorme variedad de nacionalidades por metro cuadrado. En un segundo puedes ver chinos, indios, malayos, árabes, y un sinfín de diferentes tipos de asiáticos que para nosotros es casi imposible diferenciar, salvo el típico japo cámara en mano.
Después de unos días en Kuala Lumpur, se nos planteó una duda: qué hacer en Malasia. Las opciones básicamente son: la capital (vista), islas paradisíacas en la costa este (suficientes islas paradisíacas por el momento), selva (la mejor selva es la de Borneo, y queda muy a desmano) y alguna ciudad chula. Pues nada, a por la ciudad chula. El destino fue Malacca, o Melaka como la llaman los malayos. Melaka es una antigua colonia holandesa en el suroeste del país, declarada patrimonio de la humanidad por sus calles centrales, y en la que hay hasta un canal al más puro estilo holandés, así como la Heren Street, donde los “Señores” holandeses tenían sus casonas, mientras los locales se hacinaban en casuchas. Haciendo justicia, es esta zona deprimida precisamente la que fue declarada patrimonio de la humanidad, y que ahora es donde se asienta el barrio chino.



Nada más llegar, ya la liamos, y acabamos con nuestra segunda visita a una comisaría, aunque esta vez fue incluso más lamentable que la de Moorea. Desde la estación de buses de Melaka, cogimos otro autobús local para ir hasta el centro, y cuando nos bajamos, una señora muy amable nos preguntó que donde íbamos y que nos acompañaba. Perfecto. A los cinco minutos caminando, de repente nos damos cuenta que nos hemos dejado una bolsa en el bus de Kuala Lumpur. Ostraaaasss!!!! No puede ser!!!! La señora, sobresaltada, enseguida ve la solución: POLIIIIICEEEE!!!!! Imaginaros a la señora, que venía a ser como Tangina, la medium de Poltergeist pero en musulmán, acelerando el paso para llegar a la comisaría, bajo un sol de los que pegan de verdad, con una respiración agónica y nosotros detrás con las mochilas, con la lengua fuera y sudando como pollos!! Por fin llegamos a la comisaría y se montó todo el dispositivo para la recuperación de la bolsa perdida. Llamadas a la estación, a la policía de la estación, a la compañía de buses, mandar a un poli a la estación y, cuando por fin encuentran la bolsa, esperar a que el mismo poli nos la traiga a la comisaría. Enormemente agradecidos, a la policía y a la señora que nos ayudó, nos fuimos de allí, con nuestra preciada bolsa... llena de algunos souvenirs cutres que habíamos comprado en Kuala Lumpur, y que no creo que superasen los cinco euros en total.... Lo dicho, lamentable. En España se reirían de nosotros y nos darían una colleja por pardillos.
Nuestra llegada coincidió con la semana festiva en Malasia, y pudimos disfrutar de imágenes curiosas, como ver la que montan los chinos, llenando las calles de luces, puestos de comida, algún concierto en la calle, incluso un pequeño dragón chino. Vamos, lo más parecido que hemos visto a las fiestas de La Latina.
O ver cómo los propios malayos aprovechan sus vacaciones para hacer turismo por su país, o contemplar las hordas de koreanos, japoneses y singapurinos (no creo que se llamen así...) que se acercan hasta aquí.
El panorama cambió radicalmente cuando terminaron los días de fiesta. Las calles casi vacías y mucha tranquilidad. Pasamos los días recorriendo las callejuelas, a pie, en bici (esta vez dejamos aparcada la moto), yendo al cine y hartándonos de comida india en el barrio indio a escasos 300 metros del cogollo, donde se acaba la “zona turística” y pocos guiris pisan. A la gente le hace gracia verte en sus tiendas y restaurantes, comiendo su comida tal y como la comen ellos, es decir, muy muy picante!

Después de la experiencia de Melaka, nos quedamos con más ganas de Malasia, pero otra vez será porque ya nos esperaba nuestro siguiente destino: Singapur.

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