Amsterdam y yo, y tú y nosotros, my friend...

Qué decir de Amsterdam que tú y yo no sepamos, que la amamos, y que ella nos ama a su manera, aunque aún no lo sepa...
En Amsterdam vivimos y trabajamos en 2007 durante 3 cortísimos meses de bicicleta, escaleras empinadas, visitas fraternales varias, canales y nenúfares, molinos y quesos y otras cosas que ya no recuerdo... Por eso tuvimos que volver, para recordar buenos recuerdos. Y fue todo un acierto. Volver y que viniera Marcos, nuestro primer contacto con el mundo real.
Aterrizar en Amsterdam fue una gran idea por varias razones. La primera, superar el jet-lag con 13 horas de sueño inesperado, de esos en los que te dejas caer y ya no te levantas. La segunda por poner los pies en Europa poco a poco, no vaya a ser que se nos hunda la tierra bajo los pies si los ponemos de golpe, y la tercera porque Amsterdam siempre merece la pena...
Nada más llegar, hicimos lo que más nos apetecía, lo que forma parte de nuestra vida en Amsterdam, nuestra prolongación de acero inoxidable, la bicicleta. Mochilón y demás accesorios encima, pedaleamos como pudimos (volviendo a eso de que aquí ya no se conduce por la izquierda y que los turistas, en su mayoría españoles, siempre cruzan por el carril bici sin mirar), para llegar al hostel, nuestro último youth hostel del viaje. El hostel era una pasada, al estilo neozelandés mejorado de lo más servicial, innovador, moderno y pulcro, se dejaba notar la vuelta a la Gran Europa que nos ha visto crecer y evolucionar con ella a paso de gigante (a nuestro ritmo hispano, eso sí, que bienvenido sea).
Aunque luego nos cambiaríamos a otro más cercano al centro, en nuestro canal favorito y con el toque holandés típico de escaleras imposibles y techos inclinados.
Marquis llegaría 3 días después que nosotros, así que decidimos aprovechar para saldar una cuenta pendiente de nuestra anterior visita, ir a ver a la prima Maria Teresa a Rotterdam, que nos esperaba como agua de mayo. Y qué buen sabor de boca nos dejó esta visita. No sólo por la dulzura de la prima, ni por el encanto de su niña Julia, ni por lo gracioso que es Robert chapurreando gracias en Español. Fue por todo eso y mucho más, por lo bien que lo pasamos y porque una vez más (y esto ya es un clásico) nos hicieron sentir como en casa... Aprendimos a hacer croissants en dos minutos, crepes de bacon, de manzana y de nada, a darles la vuelta en la sartén (enteros y en trocitos, ups) y a entender un poco más a los Holandeses, the Undutchables...
Y por fín llegó Marcos, después de 9 meses sin vernos y con la misma sensación que hoy en día se repite una y otra vez. Es como si no hubiera pasado el tiempo, como si nos hubiéramos visto ayer!! Será que la próxima vez tendremos que irnos más meses...?
Y con Marcos llegaron las risas, los paseos en bici llenos de recuerdos y rincones, los noodles y arrocitos, las croquetten y pataten, los caprichos de la Sari, los heladitos, las terracitas y todo aquello que hace que el tiempo se pase volando, inevitablemente, como la levedad del ser...
Pero no sé por qué, algo me dice que Amsterdam nos quiere tanto como nosotros a ella y que algún día se dará cuenta y nos hará volver, para recordar buenos recuerdos y hacernos sentir como en casa, nuestra segunda casa, otra vez...


Pero eso ya es otra historia, porque para los lectores asiduos que tanto nos habeis mimado con vuestros ojos ansiosos de aventura y emociones, deciros que ya estamos disponibles en versión original, a caballo entre Madrid, León y Valencia, calmando nuestra sed de familia y amigos.

Bienvenidos.