Atlántico embravecido

Lo últimos animales salvajes que veríamos en mucho tiempo, una manada de oryx, se despedían de nosotros en el cauce del río Orange, en el lado namibio, bajo el puente que cruza la frontera con Sudáfrica. Y es que llegar a este país tiene muchas ventajas, como las infraestructuras, carreteras,  servicios, etc..., pero se pierde la sensación de aventura con la que veníamos de Botswana y Namibia. El tráfico se multiplica, el ruido, la contaminación,  la gente... Todo esto hace que parezca que estemos en un país más  europeo, para lo bueno y para lo malo.

Aún así,  hicimos nuestra entrada por la costa atlántica recorriendo pequeños pueblos costeros y pesqueros antes de meternos de lleno en la "civilización".
Sudáfrica nos recibió a ritmo de ventisca, replique de aguacero y cielo encapotado, así que decidimos pasar nuestra primera noche entre las cuatro paredes de una habitación en Port Nolloth, a la que llegamos de noche, claro estaba, y relajarnos del pequeño estrés sufrido con tanto cruce de frontera en las últimas horas.
Bajando por la costa enseguida nos dimos cuenta de que por aquí pueden presumir de tener playas preciosas interminables, de arenas de diversos colores, aguas de un azul intenso y olas de considerable tamaño, lamentablemente todas ellas bañadas por un océano gélido que a penas nos permitía meter los pies hasta los tobillos y un viento huracanado que continuamente me descolocaba mi larga cabellera... ah, no!! Ya no...




No fue hasta Paternoster que nos atrevimos a ir más allá. Bueno, en realidad fue en Tietiesbaai, una reserva natural salvaje con un camping al borde del mar y donde probamos en nuestras carnes lo realmente fría que está el agua aquí. El frío en la cabeza me recordó a estar haciendo la parada de deco agarrado al cabo del Naranjito en Cabo de Palos...




Las playas de postal y los pueblos blancos se iban sucediendo uno tras otro a medida que las condiciones meteorológicas iban mejorando: Lamberts Bay, Elands Bay, Saldanha, Langebaan, donde pasamos unos días muy agusto, Melkbosstrand, Bloubergstrand,... hasta que llegamos a uno de los destinos que más ganas teníamos de visitar: Cape Town, o Ciudad del Cabo, como la conocemos habitualmente.
Cierto es que no es más que una ciudad grande pero, después de estos meses de viaje, podemos decir que era la primera ciudad "de verdad" que pisábamos. Ciudad como entendemos Madrid o León,  un sitio por el que poder pasear, sentarnos en un banco en un parque, ver edificios históricos,  ir a un centro comercial y hasta ir al cine!
Pero es que además de todo esto, Ciudad del Cabo tiene algo que pocas ciudades tienen: una localización envidiable, situada entre playas de arena blanca y aguas azules y las laderas del macizo montañoso de Table Mountain, que se extiende hacia el sur formando impresionantes acantilados hasta terminar en la Península del Cabo de Buena Esperanza.








Uno no se explica por qué este destino no está entre los elegidos por el turismo español, porque no está demasiado lejos, tiene buen clima, buenísimas playas, ofertas de ocio para todos los gustos y encima no se sufre jet lag! Pero claro, es África,  y a África hay que tenerla miedo...
No piensan lo mismo los miles de turistas que nos encontramos por sus calles, sobre todo por su Waterfront, antiguo puerto reformado en el que perderse por sus pubs, shops, art galleries, dinners, eateries y todo tipo de locales molones mientras esperas a coger el ferry que te lleve a Robben Island, donde estuvo encarcelado Mandela unos años.






Los primeros días los pasamos en casa de Katherine, una sudafricana entrañable que alquila una especie de cabañita en la parte trasera del jardín de su casa en las afueras de la ciudad, un sitio realmente acogedor. Nos acordamos mucho de ella y de su familia, pero esa es otra historia.
En Ciudad del Cabo tomamos una decisión difícil pero acertada. Nuestra relación de tres estaba empezando a resquebrajarse, demasiado tiempo juntos, muchos momentos duros, mucho traqueteo y mucho olor a foca! Subirnos a nuestro Picanto se estaba convirtiendo en un castigo.
Después de dos meses de largos trayectos y muchas horas al volante,  decidimos darle la patada y lo abandonamos en la sucursal que la compañía tenía aquí. Sentimientos encontrados mientras el agente lo revisaba de arriba abajo. "Algún problema con el coche?", preguntó. A mi cabeza vinieron todos esos buenos momentos y los malos, incluso alguno un poco peligroso,  pero que al recordarlos todos te parecen graciosos,  y no encontré ninguno en el que no hubiera estado a la altura. Ni siquiera en los parques rodeados de animales mientras los 4x4 nos miraban por encima del hombro, o en los campings cuando plantábamos la tienda a su lado en vez de tenerla en el techo como todo el mundo, o cuando los todoterrenos nos hacían tragar el polvo al pasar a toda velocidad a nuestro lado por las carreteras de Namibia mientras a nosotros dentro nos temblaba todo...
Pero, como habíamos dicho, fue una gran decisión. Quitarnos la preocupación de que le pasara algo, estar una semana parados en un sitio y desplazarnos a pie fue lo mejor que podíamos haber hecho.
Y vaya si nos desplazamos a pie!
Aparte de patear la ciudad de arriba abajo  subimos a los dos picos más famosos de la ciudad: Table Mountain y Lion's Head.
Al primero que subimos fue a la Cabeza del León,  un pico puntiagudo desde el que se tiene una visión panorámica espectacular de toda la ciudad. Según asciendes parece increíble que se vaya a llegar hasta la cima pero, tras una larga pateada, una pequeña ferrata y alguna cadena, pudimos disfrutar de las vistas y hacernos las típicas fotos al borde del precipicio. Bueno,  todo lo cerca que mi vértigo me permite...





Otro día subimos a Table Mountain, posiblemente la imagen más característica de Ciudad del Cabo, pero no lo hicimos en funicular como las hordas de turistas que guardaban pacientemente las colas, sino a patita por una ruta típicamente rompe-piernas con miles de escalones al estilo del Camino Inca, pero sólo hacia arriba. Es en estos momentos en los que mataría por tener los psoas de Juan!!
Pero el esfuerzo merece la pena, sobre todo si toca un día despejado y sin viento. Y la bajada corriendo ni te cuento...







Los paseos por la ciudad nos dejaron imágenes curiosas, como la cantidad de gente pobre merodeando por las calles centrales, posiblemente enganchados a algún tipo de droga (todos negros, por supuesto), o esa familia negra haciéndose fotos a los pies de la estatua de Cecil Rhodes, uno de los mayores megalómanos y conquistadores de África que, además de masacrar a parte de la población local, puso su nombre a dos países (los actuales Zimbabwe y Zambia) y se hizo con la explotación de casi todas las minas de diamantes. No sé cómo enseñarán esa historia en los colegios, pero me pareció curioso que, mientras en otros lugares se retiran los símbolos en su honor, aquí se mantengan nombres de calles, parques y estatuas. No se cómo estará por aquí el tema de la memoria histórica.


También resulta curioso ver cómo se mantienen visibles algunos restos del Apartheid, a modo de recordarorio, para que a nadie se le olvide lo que fue. Viendo esos bancos, me pregunto en cuál de ellos me tendría que sentar yo...




Con las pilas recargadas de nuestros días en Cape Town, retomamos el camino que nos llevaría por el resto del país con la incorporación de un nuevo compañero de viaje: nuestro Polo Vivo casi recién salido del concesionario!! Si bien no tiene el carisma del Picanto, sus ruedas y su motor nos harán sentirnos bastante más seguros en las carreteras y, lo más importante, huele a nuevo!!! Aunque no por mucho tiempo, me temo...
Así que volvimos a meter todos nuestros cacharros en el coche, listos para continuar el viaje!!

Comentarios

febacoll ha dicho que…
Yo no sé Hasta cuando nos vais a dejar de sorprender, tenéis una capacidad de aguante increíble y sobretodo unas buenas piernas, cuando volváis me imagino que iréis a trabajar a pié, porque tal vez para vosotros eso no será nada.
Armando ha dicho que…
Me tenéis anonadado, maravillado y enganchado a vuestro viaje; se me hacen cortos los relatos y los espero con avidez, ya que su lectura me traslada cerca de esas vivencias tan alucinantes.
De momento tan solo desearos buen camino y más gratas experiencias.