Travesía por el desierto

A la salida de Etosha nos esperaban dos sorpresas. La primera, gracias al carácter africano de realizar el menor esfuerzo posible y, si "no es competencia mía",  menos todavía, una noche gratis en el parque que nadie nos cobró por no molestarse en enterarse de quien tenía que cobrarlo,  así que nos dejaron salir sin más. 
La segunda, a unos kilómetros, tres guepardos merodeando tras las vallas de lo que llaman "farm", sitios donde tienen animales en cautividad para enseñarlos a los turistas. Allí estuvimos por fuera unos minutos, pero da un poco de pena verlos así...

Bueno, en realidad fueron tres sorpresas, porque el desayuno que nos metimos en Outjo bien merece una reseña!!


Tras hacer noche en un buen camping y repetir desayuno de huevos con bacon, pero esta vez caseros, nos pusimos en marcha hacia la Namibia que esperábamos ver: carreteras rectas, planas y de tierra que atraviesan paisajes cada vez más desérticos en las que poner a prueba nuestra pericia al volante, con algún "donut" involuntario sin consecuencias. A partir de aquí nuestro pequeño Picanto empezó a dar muestras de que estaba un poco sobrepasado y, de tanto traqueteo, perdió una bombilla delantera y las puertas chirriaban cada vez que las abríamos o cerrábamos. Por no hablar del polvo que entraba de vez en cuando por todo el interior...





Aún así iba aguantando. Y mejor, porque todavía le quedaría muuucho camino de tierra por delante...
Atravesando desierto y alguna montaña y cruzándonos muy de vez en cuando con algún 4x4, llegamos a Twyfelfontein, famoso por unas pinturas rupestres que no fuimos a ver y acampamos a orillas del cauce seco del río Aba Huab, lleno de huellas y restos orgánicos de elefantes. Colocamos la tienda de forma estratégica para poder ver si por la noche aparecía alguno y, sobre las cuatro o cinco de la madrugada, me despiertan unos pasos muy cerquita de la tienda y un olisqueo... Me asomo un poco, pero todavía es muy de noche y no consigo distinguir más que una figura oscura merodeando. No me la quiero jugar, así que no enciendo el frontal y me vuelvo a la cama. Y aquí no ha pasado nada...
Seguimos camino por esas carreteras de tierra que, si sólo fueran de tierra no pasaría nada, pero parece que alguien las ha hecho aposta llenas de pequeños surcos horizontales y que hacen que el coche vibre como una lavadora vieja. El truco en estas carreteras es tener las ruedas un poco deshinchadas y conducir un poco más deprisa, como hacían los todoterreno que nos adelantaban dejando una estela de polvo a su paso. Claro, si tienes unas ruedas como las de esos coches! Porque las nuestras eran tan pequeñas que, si íbamos más deprisa, se desmontaba el coche entero, seguro!
A una velocidad máxima de 40 por hora llegamos a Spitzkoppe, una montaña anaranjada que va cambiando de tonalidad según atardece o amanece y, en un sitio totalmente solitario, montamos la tienda para disfrutar de caminatas por las rocas viendo como el sol se ponía sobre la montaña mientras cenábamos un cous cous con chakalaka. Un lugar mágico,  sin duda.







Nada podía estropearlo, ni siquiera el guía local que nos llevó a ver una reserva animal. Con un exquisito acento británico,  un aliento de box 5 del Clínico y dando cabezadas sin ningún tipo de disimulo en el asiento de atrás del coche, nos enseñó dos cebras, tres caballos, una serpiente pintada en una roca y otras pinturas rupestres que bien las podía haber hecho Lucía, la sobrina de Sara. Menudo personaje.
La noche en Spitzkoppe transcurrió en un silencio absoluto hasta que las primeras luces entraron en la tienda, justo a tiempo para ver un amanecer rojo como pocos sobre la montaña.




Y de ahí otra vez carretera por más desierto hacia el oeste, donde las dunas terminan en el mar, algo espectacular. Tras parada técnica en Henties Bay cogimos dirección norte hacia la Skeleton Coast, dejando a un lado el océano y al otro el desierto mientras conducíamos por una carretera de sal. 



La Skeleton Coast es la costa norte de Namibia, conocida por los esqueletos de los barcos que han quedado varados a consecuencia de la densa niebla que allí se forma, aunque nosotros lo que vimos fueron algunos cadáveres de leones marinos en la orilla. 


No subimos mucho, ya que es necesario un 4x4, y nos dimos la vuelta parando en Cape Cross, donde reside una de las colonias de leones marinos más grande del mundo. Y encima ahora es la época de reproducción!! Esto no nos lo perdemos!!
No hay palabras para describirlo. Ni olor comparable al de cienmil focas juntas. Un olor que nos acompañaría mucho tiempo. En el cuerpo, en la ropa, en el coche... todo nos olía a foca. Incluso después de varios lavados alguna ropa seguía desprendiendo ese aroma animal...
Pero no sólo el olor se nos quedó grabado. Y es que, como decía,  era la época del nacimiento de miles de pequeñas foquitas que comienzan a dar sus primeros pasos.... o sus últimos...
Entre las miles de focas adultas se arremolinaban otros miles de crías,  gritando, llorando, intentando llegar a sus madres, incluso alguna vimos justo nacer y, por desgracia, alguna vimos justo morir. Decenas y decenas de pequeñas focas muertas desperdigadas por la costa, algunas madres intentando reanimarlas, otras ya se habían dado por vencidas, dejando un panorama desolador como un campo de batalla en el que se dejan atrás a los fallecidos.... Estremecedor.... Un espectáculo brutal y único que nos dejó el cuerpo algo revuelto. O fué el olor?








Con el pasamontañas todavía puesto seguimos bajando por la costa oeste hasta Swakopmund, una extraña ciudad muy alemana llena de casitas muy bonitas (para blancos, claro) rodeada de desierto y mar. 


Aquí pasamos unos días de relax subiendo dunas a pie, en quad, bajándolas a pie o en sandboarding (que viene a ser tirarse duna abajo sobre un cacho de madera) con Christelle y William, dos franceses, tía y sobrino, muy majos con los que compartimos unos días. Por fin durmiendo en una cama de verdad después de tantos días de tienda y teniendo un primer contacto con uno de los destinos que más nos atraía del país.












Así que nos rascamos el bolsillo y nos montamos en una avionetilla con un señor piloto de unos doscientos kilos y dos abuelillos de unos ciento veinte años, para recorrer el desierto del sur hasta Sossusvlei y poder ver las dunas más famosas de Namibia desde el aire, con sus colores anaranjados, rojizos y sus lagos salados. A la vuelta, el piloto se emocionó y nos hizo algún giro cerrado con caída casi en picado para ver de cerca unas focas y casi nos tenemos que poner a hacer RCP a los pobres señores...
Si os ha parecido poco lo que hemos contado de Sossusvlei, no os preocupéis,  que más adelante lo contaremos desde otro punto de vista...
Y también os contaremos algún día por qué todo en Namibia tiene unos nombres tan raros. Aunque lo podéis mirar en la wikipedia y me ahorráis tener que escribirlo!








Comentarios

Dr. Di Sousa ha dicho que…
Como mola! Quiero probar el sandboarding pero con una tabla de snow a ver qué tal se da... :)