Siempre nos quedará el saté...

A veces, cuando se está inmerso en un viaje largo sin fecha de vuelta, lo más difícil no es planificar los siguientes destinos, buscar alojamiento toooodos los días o afrontar las pequeñas dificultades que van surgiendo. Lo más difícil es decidir cuándo es el momento de regresar. Motivos hay muchos, cada uno tendrá el suyo, o varios, pero está claro que cuando llega ese momento el nudo en el estómago es por lo menos igual que el que se te pone cuando tomas la decisión de dejar todo e iniciar esta aventura.

Como algunos de vosotros ya sabréis,  la mitad intrépida,  graciosa y guapa de esta indisoluble pareja tomó la tremendísimamente dura decisión de poner fin a una de las etapas más maravillosas que hayamos vivido, tanto estando juntos como en toda nuestra vida, y decidió regresar al hogar, donde hacía un tiempo que le estaba esperando su mente.
Así que Sara tuvo que continuar sola el viaje.... Es broma, todos sabéis que la mitad a la que me refiero es una chica dura del norte que nos hace a todos la vida un poco  (o mucho en mi caso) más feliz.
Pero no os penséis que íbamos a quedarnos llorando por las esquinas de alguna ciudad lúgubre sin salir de la habitación lamentándonos día y noche. Que tontos no somos y, pudiendo pasar una semanita en Bali en un buen hotelillo con pisicina y comiendo saté ayam, no íbamos a dejar pasar esa oportunidad!!!
Indonesia nos trae muy buenos recuerdos. Fue el primer destino asiático de nuestra anterior vuelta al mundo y para mí,  salvo China que es un mundo aparte, la primera vez que estaba en el lejano oriente.
Nos sorprendió mucho, nos enamoró su gente, sus paisajes, su comida, su buceo (aquí aprendimos a apreciar las pequeñas criaturas del mar) y siempre la hemos tenido en nuestra lista de sitios a revisitar. La isla de Bali nos encandiló por muchas razones, incluso nos gustó la zona de Legian!! Y es que, como decíamos en una entrada del blog de hace años: Bali es mucho más que Kuta.



Los días los pasamos vuelta y vuelta en la piscina, recorriendo las pequeñas callejuelas llenas de templos al más puro estilo balinés, viendo atardeceres espectaculares en la inmensa playa y comiendo siempre que podíamos en nuestro restaurante Mini, ese que descubrimos por casualidad la otra vez y que nos marcó para siempre, sobre todo por un plato: el saté ayam. O lo que es lo mismo, pinchos de pollo a la brasa con salsa de cacahuete acompañados de arroz. Una locura...
Me viene a la cabeza esos platos que nos metíamos con Pepe en Amsterdam, que allí se llama kip sate, devorándolos como si no hubiera un mañana,  con un apetito voraz quizás exaltado de forma artificial...
Siempre recordaré estos últimos días juntos en Bali de forma especial.
Pero mi cabeza no está todavía preparada para volver aunque, seamos sinceros, ahora tengo un aliciente muy importante para regresar, y ya casi hace un año que emprendimos este viaje, así que no sé cuánto tiempo más estaré por aquí...
Lo que sí sé es que lo intentaré disfrutar a tope por los dos, que sé que es lo que quieres que haga. A partir de ahora también te llevo a tí en la mochila...


Y así,  como un perrete chico abandonado en una gasolinera en verano,  comienza ni aventura en solitario!!!
Después de un par de días en Bali organizándome, decidí lanzarme al este para probar suerte en uno de los mejores destinos de buceo del mundo, famoso también por ser hogar exclusivo de la especie más grande de lagarto que existe sobre la tierra: el dragón  de Komodo!!!
Así que me puse komodo (chiste muy malo, lo sé) y aterricé en Labuan Bajo al atardecer, con el tiempo justo de buscar un barco que saliera al día siguiente para pasar una semana en el mar recorriendo los mejores puntos de buceo de esta reserva natural. Suerte la mía que encontré justo lo que quería y, tras una noche en un cutre hotel con los estándares de limpieza indios, me embarqué en un barco típico indonesio adaptado para el buceo.


 La mecánica de los cruceros de buceo siempre es la misma: llegas al barco y lo recorres de arriba a abajo localizando los rincones donde te vas a tostar al sol entre inmersiones o en qué sitio te vas a hacer fuerte para las comidas. Te fijas atentamente en tus compañeros de aventura para intentar adivinar con quién harás mejores migas o quién va a ser el petardo de turno (generalmente el que lleve la cámara de fotos submarina más grande, pero ese es otro tema).


En este caso casi todos sólo hacían 4 días, menos cuatro de nosotros que nos quedábamos toda una semana, ya puestos... con la suerte de que no estaba lleno y pude disfrutar de un camarote para mí solito la primera mitad del viaje.
El barco,  sin estar mal, nada tiene que ver con nuestro Southern Cross maldivo.
De los compis destacar a Jaume y Esther, dos barceloneses realmente majos con los que me divertí mucho y pasamos muchas horas hablando hasta bien entrada la noche. Muchas gracias por el tiempo compartido, os echo de menos!!!



También a Cory, mi dive-buddy y mi compañero de camarote los últimos días.
Puff! Qué decir de Cory... Su historia es digna de una película. Un tipo que tiene toda mi admiración y que cada día me demostraba de lo que es capaz una persona con voluntad y perseverancia.
Norteamericano de Florida, a los 18 años se alistó en los marines, participando en el final de la guerra de Irak y en la de Afganistán,  siendo aquí donde tuvo la mala suerte de pisar donde no debía y una mina le arrancó medio brazo izquierdo y le destrozó las piernas, por suerte recuperadas totalmente. En el hospital se enamoró de su enfermera y llegaron a estar prometidos, aunque la cosa no acabó como le hubiera gustado.
A parte de las secuelas físicas que son evidentes, todavía no ha podido librarse del todo de las secuelas psicológicas,  pero no hay duda de que se está esforzando y de que lo conseguirá completamente.
Pero para nada hay que compadecerle! Lleva viajando por el mundo casi un año y es Dive Master de buceo, es decir,  el segundo escalón más alto dentro del buceo recreativo después de instructor. Viéndole preparar el equipo para cada inmersión te das cuenta de que la voluntad lo es todo.



Y nuestro guía particular, Jonnus, un indonesio bajito y con ojos achinados que me recordaba a cierto sobrino que tengo por ahí. Tipo tranquilo y gracioso,  no se le escapaba ni un bicho!
De las inmersiones sin duda lo mejor es la cantidad ingente de peces que hay y la fuerte corriente en algunos sitios, que hace que vayas "volando" sobre el arrecife, intentando agarrarte a alguna roca  (nunca al coral, ojo!) cuando hay algo interesante, momento en que la fuerte corriente puede arrancarte el regulador de la boca o la máscara!
Me recordaba a esas películas en las que alguien rompe una ventana en un avión y los pasajeros se agarran como pueden a los asientos para no salir despedidos...
Y luego los dragones. En el parque nacional de Komodo sólo hay dragones en unas pocas islas, incluidas Komodo y Rinca. Son unos animales de aspecto jurásico que intimidan bastante, aunque los más grandes y peligrosos están en el interior de la isla y no se les suele ver.



Los días pasaban entre amaneceres, inmersiones, comidas, largas charlas y atardeceres, entre decenas de islas áridas,  arrecifes infinitos y aguas calmadas.




Y así,  después de una intensa semana de crucero llegamos de nuevo a Labuan Bajo, donde toca pensar siguiente destino, que todavía me quedaré un tiempo más por Indonesia...

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